La Vega del Tajo

'La Vega del Tajo'
'La Vega del Tajo'
Leonarte

Una simple señal marrón con letras blancas indica ‘El Portillo 1790 m’. 

Merece la pena pararse en la cuneta y caminar. Se respira aire limpio como en pocas partes. Ahora, en verano, la luz desborda el horizonte. Mientras paseamos una suave brisa nos acaricia el rostro. Es fácil imaginar la fuerza que tendrá el viento en medio de una tormenta o en pleno invierno cuando un temporal de nieve azote sin piedad. Es un lugar que conecta con las esencias del planeta, del navío espacial Tierra, con el que viajamos por el universo. Apenas hay tráfico y los sonidos de la naturaleza se sienten en plenitud. El sol aprieta, engaña y quema porque la temperatura camufla la fuerza de sus rayos, combinando altitud y frescura.

Desde ahí se divisa un paisaje precioso. No hay una cadena de cumbres que hoyar, ni ‘tresmiles’ que coronar, pero se ven extensos bosques alternándose con pastizales, ausentes de asfalto y gente. Es un rincón perdido de nuestro país, de Aragón, olvidado en los mapas y confundido por la dejadez de las administraciones. Siguen en el mismo lugar otras dos viejas señales de aquellas que plantó el Icona hace décadas. Éstas delimitan, en cierto sentido, la diferencia de vertiente. Una marca ‘Monte Pinar de la Mabria y Cerro la Muela nº 22 C.U.P. Guadalaviar’. La otra ‘Monte Vega del Tajo nº 12 del C.U.P. C. y C. de Albarracín’. A un lado, las aguas buscan el Mediterráneo, al otro, el Atlántico. Son las huellas administrativas de un pueblo de agua, de montaña y bosques, de ganados y trashumancia donde sus gentes resisten pese a las dificultades. Y pese a los sucesivos desmanes de gobiernos y gobernantes de todo pelaje, nivel y condición.

Ahí, donde el Tajo comienza a serpentear se ve la agresión a la forma tradicional de entender los bosques y su biodiversidad

En esta esquina atlántica de nuestro Aragón se repite la misma inercia que en comarcas despobladas del norte de nuestro país: lo que queda a desmano de las autovías y autopistas es prescindible. Aquellos pobladores de pueblos que son cabecera de nada, pueden despreciarse. Es fácil. Donde no hay votantes no hay votos, por tanto, nada que temer. Solo cuentan para explotar sin miramientos lo que de ellos se pueda extraer.

En el caso de estas tierras, de los Montes Universales, importa muy poco que unos ‘locos’ quieran proteger sus montes, sus usos y costumbres, los ríos, las maderas y las setas de sus bosques. Da igual. Se barniza con cuentos como el de la biomasa para generar electricidad o declaraciones de inversiones de interés autonómico en comarcas vecinas. En el descenso del puerto, dirección a la Vega del Tajo, se comprueban pronto esos desmanes. La connivencia de quienes deben velar por esos bienes públicos campa a sus anchas. Unos instalados en la soberbia de los herederos del ‘bosque matemático de Tharandt’, otros en el miedo a la disidencia en su partido.

La impunidad de quienes cuentan con el beneplácito de las autoridades no tiene pudor en burlarse de la sabiduría popular

Ahí, donde el Tajo comienza a serpentear se ve la agresión a la forma tradicional de entender los bosques y su biodiversidad. La impunidad de quienes cuentan con el beneplácito de las autoridades no tiene pudor en burlarse de la sabiduría popular. Esa que durante siglos transmitía, generación tras generación, el cuidado los bosques y todo lo que en ellos habita, porque su economía dependía del equilibrio de ese ecosistema. Pero hoy esos ingenieros venidos de fuera no respetan los usos y prácticas tradicionales, ni el valor inmaterial que tienen en la cultura de sus habitantes. Ni tampoco la legislación vigente. Basta ver las zanjas y roturas de suelos causadas por una máquina aparcada donde le vino en gana a su conductor. Los pinos marcados junto al cauce del Tajo para ser talados sin miramientos. La enorme pista abierta en el ‘paraje del Tesorillo’. El azud de hormigón hecho ex profeso para facilitar el paso de las máquinas a un lado y otro del cauce.

Son agresiones tan flagrantes que no hace falta ser fiscal de medio ambiente ni guarda forestal para ver que ahí se han cometido delitos medioambientales muy serios. Ni las truchas que se ven en el río pueden entender el sentido de semejantes barbaridades. Más cuando se predica la transición ecológica, se cacarean planes de reforestación para compensar emisiones en la capital y se insta a descarbonizar la vida cotidiana. ¿Dónde están las autoridades para poner freno a semejante barbaridad?

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión