Por
  • José Tudela Aranda

Europa, ilusión y necesidad

'Europa, ilusión y necesidad'
'Europa, ilusión y necesidad'
Pixabay

Idealistas y pragmáticos tienen hoy un espacio de confluencia: la construcción de Europa.

Los ciudadanos de este continente necesitamos tanto de la motivación de una gran causa como de las herramientas que sólo puede dar una gran institución política. Ambas cosas las debe dar el renacer del sueño de la construcción europea. Es más, me atrevo a decir que sólo ese sueño puede responder con eficacia a las exigencias relacionadas con retos tan relevantes. Sólo un gran espacio político con ideales compartidos y el poder de la unidad pueden hoy cumplir los retos derivados tanto de los cambios sociales como del mapa geopolítico que sucedió al fin de la Guerra Fría. Europa vuelve a ser el gran objetivo político.

A pesar de sus críticos, nunca ha sido cierto que el proyecto europeo, primero bajo la forma de la Comunidad Económica Europea y después de la Unión Europea, fuese una mera ‘unión de mercaderes’. Desde su imaginación por los padres fundadores, la idea de Europa fue, ante todo, una apuesta política. La más importante apuesta política. Una apuesta por la paz y por la libertad. Europa tenía que dejar atrás su secular tradición de violencia y debía construirse sobre los grandes ideales de su tradición filosófica, debidamente renovados. Por supuesto, nadie podía esperar lo contrario, la historia del proyecto no ha sido sencilla. Como no lo es su presente. Sin embargo, su éxito es indiscutible. Europa ha alejado fantasmas que durante siglos habitaron sus campos y ciudades y ha generado un espacio ideológico en torno a los valores del Estado constitucional democrático y de derecho, único en el mundo. Junto a ello, y los españoles no deberíamos olvidarlo nunca, ha construido un espacio de solidaridad que ha permitido el progreso de sus territorios más deprimidos.

La UE representa hoy los valores que han hecho posible las sociedades
más justas que la humanidad ha conocido

Durante los últimos meses, la Unión se ha enfrentado a algunos de los retos más complicados de su historia. Después de un inicio titubeante, con errores en la primera reacción frente a la epidemia, el balance es netamente positivo. Gracias a los esfuerzos de las instituciones europeas, las consecuencias económicas y sociales de la crisis desatada por la pandemia se van a ver paliadas e, incluso, se abre la oportunidad de una reconstrucción económica acorde con las exigencias sociales más contemporáneas. Y gracias a la fuerza de la unidad, los ciudadanos de todos los Estados miembros podemos disponer de las vacunas necesarias. Así, puede decirse que tras la pandemia y la fortaleza demostrada en la dura negociación del ‘brexit’, la Unión se encuentra en condiciones adecuadas para afrontar nuevos e importantes retos. Aunque ello no impide recordar que en el lado de las sombras, la Unión se enfrenta al reto inaceptable de Estados como Hungría o Polonia que de forma reiterada y grave vulneran principios esenciales de la construcción europea, provocando una situación que puede y, en su caso, deb provocar las medidas más drásticas.

En un mundo lleno de incertidumbres, contaminado por grandes populismos y pequeños nacionalismos, carente de ideales e ilusiones colectivas, el ideal europeo es más preciso que nunca. Lo es por la necesidad de hacer frente a un reparto de poder global que no da oportunidad a los viejos Estados europeos. Pero lo es sobre todo porque Europa representa todavía hoy los valores que han hecho posible las sociedades más justas que la humanidad ha conocido. Para que ello suceda, es imprescindible la colaboración de los Estados. Sus líderes no deben cejar en la pedagogía europea. Se debe comenzar por reconocer todo aquello que se debe a las instituciones europeas. Por su parte, la Unión debe entender la dimensión un reto de dimensiones históricas. Así, banderas como la nueva lucha por la igualdad; la reivindicación inexcusable del Estado de derecho; la promoción de los valores inherentes a una política de integración de los inmigrantes; o, sin agotar las posibilidades, la generación de políticas compartidas contra el cambio climático y las correspondientes exigencias medioambientales, tienen que ser asumidas con contundencia y capacidad de motivación, en especial para con las generaciones más jóvenes. Los líderes europeos, sea cuál sea su escala territorial, deben comprender y transmitir a los ciudadanos que la unión de Europa es el único camino que se puede transitar para satisfacer las necesidades derivadas de la sociedad contemporánea y, por qué no, hacer algún día realidad lo que hoy sólo puede verse como sueño

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