La eliminación de la obligatoriedad en el uso de la mascarilla en el exterior, siempre y cuando se pueda mantener una distancia de seguridad mínima de 1,5 metros, marca un punto de inflexión en el camino hacia la recuperación de la anhelada normalidad. 

A lo largo de estos meses de pandemia el cubrebocas se ha descubierto como uno de los instrumentos más eficaces para frenar la propagación de la pandemia y, pese a su objetiva incomodidad, aún continuaremos necesitando de su uso en interiores. La progresiva vacunación de la población, el empleo de la mascarilla y el acatamiento de las medidas de prevención e higiene son las tres patas sobre las que se asienta una batalla sanitaria que, conviene recordar, aún no ha finalizado.

Aunque su supresión era esperada, y más aún en coincidencia con el periodo estival, la población española se muestra abiertamente dividida sobre la eliminación de la mascarilla en los espacios al aire libre. Resultan normales las dudas, en especial tras de una larga convivencia con los cubrebocas que ha confirmado su efectividad, por lo que es imprescindible que se mantenga un criterio de prudencia mientras se interioriza que esta medida de desescalada no es sinónimo de superación de la enfermedad. Incurriríamos en un grave error si alimentásemos la sensación de que la covid-19 ha quedado atrás. Por el momento, nada descarta que en un futuro, o ante un inesperado repunte, la mascarilla vuelva ser obligatoria, un hecho que solo debería ser interpretado como un deseo de contención de una pandemia que se ha confirmado altamente contagiosa. Con los datos de personas hospitalizadas en descenso y con los vacunados en aumento todo indica que el verano es la estación más favorable para la supresión de la mascarilla, aunque sin olvidar que siempre habrá que llevarla a mano.