Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Sánchez nos cuela su elefante

Comparecencia de Pedro Sánchez tras el Consejo de ministros
'Sánchez nos cuela su elefante'
Reuters

El profesor George Lakoff les planteó un día a sus alumnos un ejercicio: no debían pensar en un elefante. 

Inmediatamente todos reconocieron que en ese mismo instante habían imaginado al mamífero con trompa. A raíz de esa experiencia publicó ‘No pienses en un elefante’ (2004), en el que explicaba por qué la derecha (el elefante es el símbolo del Partido Republicano) llevaba años consiguiendo que sus temas (libre mercado, reducción de impuestos, lucha contra el terrorismo, familia tradicional, nacionalismo...) dominaran las agendas informativas y electorales. La clave, según este catedrático de lingüística de la Universidad de Berkeley, está en saber ‘enmarcar’ el debate. Citaba dos ejemplos de cómo los ‘neocon’ estadounidenses supieron establecer ‘los marcos del debate’: llamaron "guerra contra el terror" a la invasión de Irak y "alivio fiscal" a su rebaja de impuestos a los ricos, de modo que quien se oponía a lo primero resultaba sospechoso de simpatizar con el terrorismo y quien protestaba por lo segundo aparecía como alguien deseoso de subirles a todos los impuestos.

El mayor inconveniente de los indultos es que reinciden en el error de ceder ante la pasión predadora del separatismo

Pedro Sánchez también intenta cambiar el ‘marco mental’ (‘frame’, según la terminología de Lakoff) respecto a los indultos. Ganó las elecciones exigiendo que los condenados por el ‘procés’ cumpliesen las penas impuestas por los jueces. El pasado martes los indultó con un argumento que se asemeja a un ‘elefante’: "Pretendemos abrir un nuevo tiempo de diálogo". Es el ‘frame’ de la Moncloa que, con los abundantes recursos que tiene un Gobierno, ha recabado relevantes apoyos, desde los obispos a la CEOE. Además, ¿quién se va a oponer al diálogo en una democracia?

El nacionalismo catalán (no el catalanismo) ha sido siempre separatista, si bien sus dirigentes (de Prat de la Riba a Pujol) sabían que la secesión era imposible. Por eso han mantenido y mantienen una permanente huida hacia adelante sobre la estrategia del ciclista: pedalear constantemente para que, al menos, la bicicleta no se caiga y ellos sigan con el manillar en sus manos. Tras el fracaso de los 56 segundos de la declaración de independencia de 2017, aspiran a ampliar la base social ‘indepe’ y ensayar un apaño transitorio pero indefinido con el Gobierno español. Con el ‘procés’ moribundo, se han sacado de la chistera uno de los más clásicos comodines de la retórica política: el diálogo. Pedro Sánchez, que les debe el seguir siendo inquilino en la Moncloa, se lo ha comprado y ha echado mano de otro tópico: "Queremos cerrar de una vez por todas la división y el enfrentamiento". Así lo proclamó el martes tras el Consejo de ministros.

¿De qué quieren hablar? ¿Para qué hace falta una Mesa de diálogo si ya hay un Parlamento democráticamente constituido? ¿Cuánto nos va a costar eso de ‘cerrar la división’? ¿Qué está dispuesto a entregarles Sánchez si ya les ha dado el indulto en contra de la opinión de la mayoría de los españoles? Lo cierto es que se puede hablar de todo, pero no se puede negociar con los derechos de unos ciudadanos para beneficiar a otros. La tan cacareada ‘convivencia’ se basa en el respeto a las leyes, la Constitución y el Estatuto, que es lo que los individuos compartimos porque las hemos votado y porque nos protegen a todos de las arbitrariedades de unos pocos.

Un Estado social como el español no puede admitir más privilegios locales que aquellos que supongan un mayor bienestar para todos

Durante las cuatro décadas de democracia, tanto PSOE como PP han ‘pagado’ a los partidos nacionalistas su apoyo parlamentario con financiación y competencias en un proceso perverso que ha aumentado las desigualdades entre españoles. Ahora, Sánchez parece dispuesto a ir más allá para dar gusto a quienes no piensan estar a gusto nunca, pues la insaciabilidad es la esencia del separatismo. Su programa es la reivindicación permanente. No hay punto final.

Si el presidente del Gobierno nos pide a los españoles que no pensemos que está cediendo ante los secesionistas, inmediatamente muchos pensamos que está vendiendo nuestros derechos de ciudadanos. El automatismo es inevitable. Ya lo demostró Lakoff. 

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