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Las fiebres de Malta

Ganado trashumante de Guadalaviar en los pastos de invernada de provincia de Jaén.
Ganado trashumante de Guadalaviar en los pastos de invernada de provincia de Jaén.
Ismael Martínez.

Hubo un tiempo en que cuando las fiebres de Malta entraban en una casa, temblaban sus cimientos. Porque no solo afectaban a la salud, sino al sustento familiar. 

El contagio por brucelosis obligaba a sacrificar las pocas ovejas y cabras que se tuvieran, y con ello una de las escasas fuentes de ingresos en los pueblos más recónditos del Sistema Ibérico, por Teruel y Soria. 

Los pastores y sus familiares debían cuidarse, porque unas fiebres de malta mal curadas podían tener consecuencias fatales. Para evitarlo, se hervía la leche recién ordeñada antes de proceder a su consumo bebida o en forma de queso, yogur u otros productos lácteos.

Aquello parecía formar parte de la historia. El avance en el conocimiento de la enfermedad que provoca la bacteria ‘brucella’ permitía tenerla bajo control. Y, sin embargo, el brote de brucelosis detectado esta semana en Teruel ha despertado el recuerdo de aquellas fatigas a algunos mayores que poblaban la España vacía a mitad del siglo pasado. Porque fue aquella enfermedad uno de los motivos de peso para hacer las maletas en busca de un porvenir que no estuviera al albur de una bacteria mortífera o de los vaivenes del cielo.

Por eso entienden a los afectados ahora en sus pequeñas explotaciones, que se han visto obligados a sacrificar a sus animales: "No vamos a seguir con el ganado porque el brote se puede repetir", ha lamentado la hija de uno de los ganaderos en declaraciones a este diario. Su testimonio nos recuerda la importancia de cuidar estas formas de vida. Que los pueblos se vacíen significa también que se empobrezca la mesa del consumidor. O que se llene de productos de otro mundo mientras perdemos nuestros orígenes.

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