Educación: algo no funciona

Visita de Isabel Celáa a Zaragoza
'Educación: algo no funciona'
Guillermo Mestre

Es una obviedad que algo no funciona en nuestro sistema educativo, ya que entre otras cosas llevamos más de cuarenta años dando palos de ciego para encontrar un consenso que permita de una vez poner en marcha una legislación con vocación de estabilidad y permanencia y que satisfaga por igual, en la medida de lo posible, al conjunto de la comunidad educativa.

Un claro ejemplo de este cierto caos es lo que ocurre en estas fechas de final de curso, en que al profesorado se le amontona el trabajo entre la atención debida al alumnado –tanto ya aprobados como suspensos, a los que ha habido que examinar y calificar– como las obligaciones derivadas de la asistencia y correcciones de las Evau, oposiciones de maestros y profesores, exámenes de septiembre trasladados incomprensiblemente a junio. Dispongo de declaraciones de docentes que son todo un poema y demuestran el grado de malestar que existe por la carga de trabajo que en esta temporada deben soportar. Nos estamos refiriendo a las enseñanzas no universitarias.

No digamos el rebote que se llevan los alumnos a quienes se les examina y califica en mayo y se les obliga a ir a clase, a perder el tiempo de forma lamentable, por cumplir un calendario escolar a todas luces manifiestamente mejorable. De los padres es mejor no hablar mientras no se tome en consideración en serio el asunto de la conciliación familiar.

La educación en España arrastra problemas que los responsables políticos del
sistema nunca han sabido abordar correctamente

Entretanto, las autoridades de la docencia parecen estar preocupadas, sobre todo, por la estadística, y entraríamos ya en la cuestión de contenidos: lo que importa son los aprobados masivos, a ver si así mejoran nuestras posiciones en el informe PISA, dejando por completo a un lado la calidad de la enseñanza, pues con un profesorado cabreado, los alumnos rebotados y los padres despistados no es posible que exista esa pretendida calidad, de la que se han desterrado el estímulo, el mérito y el esfuerzo, salvo casos excepcionales. Autoridades que tampoco acaban de resolver la interinidad, desoyendo los tirones de orejas de la Unión Europea: según datos del departamento de estadística de la DGA y del Consejo Escolar de Aragón, de los 15.074 profesores de la enseñanza pública nada menos que 6.041 son interinos (un 37,7% dice el informe de 2019, aunque a mí me sale algo más). El Tribunal de Justicia de la Unión Europea condena el abuso que se hace en España de la contratación de interinos para cubrir vacantes de empleo público, que supera ya el 30%. Mucho más en Aragón, al menos en lo referente a la educación no universitaria. Algo habrá que hacer.

Hay quien opina que la desorganización y la descoordinación de estos procesos educativos es una invitación al incumplimiento, que no se llega a producir por el interés y el esfuerzo del personal docente a costa de una dedicación más que intensiva, poco agradecida y culpada injustamente de las deficiencias del sistema.

En el final de curso se acumulan las incoherencias de un calendario escolar manifiestamente mejorable

Una consideración final: la ‘revolución educativa’ de las sucesivas leyes de educación se ha regido por el principio lampedusiano de ‘cambiarlo todo para que todo siga igual’. ¿Cómo? Muy fácil. Los teóricos de la educación en despachos muy lejanos a las aulas inventan nuevos lenguajes, justifican su existencia y sirven a su señor: el gobierno de turno.

¿ Quién tendrá el valor de liderar un proyecto educativo de consenso y vocación de estabilidad? ¿Creen que la señora Celaá con su reforma de tapadillo va por ese buen camino?

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