Por
  • Noemí Villagrasa

Las dos pandemias del Perú

Propaganda electoral en una calle de Cajamarca, en Perú.
Propaganda electoral en una calle de Cajamarca, en Perú.
Francisco Vigo / Efe

El domingo 6 de junio, el Perú, como desde hace ya más de una década y varios procesos electorales, se dirime en segunda vuelta entre el mal menor y el peor de los males, al que ya se está acostumbrando.

El voto de un lado representa la llamada de atención del hambre, la explotación y la falta de recursos, es inaudible para la Lima metropolitana a la que da de comer y, tiene como vocero al profesor Castillo, comunista, sindicalista y activista comunitario. Pedro Castillo es más letrado de lo que nos dejan ver y está menos preparado para el reto del país de lo que desearían quienes rechazan como presidenta de la República del Perú a Keiko Fujimori, primera dama en época del dictador, conocida por esterilizar mujeres campesinas y presidenta del partido de su padre.

Una hubiese esperado más ante tamaña decisión a la que abocó el primer round electoral. Con el Perú se tiende a ser injusta, porque una siempre espera más. Una hubiese esperado la responsabilidad de todas las fuerzas políticas consolidadas, de las que entraron en el arco en la primera vuelta y de los partidos clásicos e institucionalizados. Responsabilidad y valor para encontrase alrededor de una mesa en el diálogo y el futuro, dar una respuesta de seguridad a la ciudadanía peruana que está hasta las patas y, hacer un llamamiento a un gobierno de concentración para apretarle las tabas a Castillo y darle la espalda a Fujimori.

Pero no, Zavalita, los partidos políticos no le pusieron el punche necesario, les faltó voluntad y les sobraron intereses, a ellos y a sus grupos de presión. Les faltó responsabilidad pública para no dejar a la ciudadanía sola ante la canasta básica.

Podía haberlo sido y, sin embargo, les faltó responsabilidad con la verdad, la reparación y la justicia para dar la espalda al crimen de estado de la dictadura fascista y decir que, en su país, el Fujimorismo jamás volverá a decidir sobre la vida de sus compatriotas y el futuro de sus hijos e hijas.

Les faltó mirada larga para mandar un mensaje a la comunidad internacional y decirle que como pueblo rechazan las ejecuciones extrajudiciales, las violaciones, las esterilizaciones y desapariciones forzadas, los secuestros; que rechazan y condenan los autoritarismos, los autogolpes, las dictaduras y, de paso, les faltó recordar a la opinión pública la sentencia restitutiva que condena a Alberto Fujimori Inomoto por crímenes de lesa humanidad.

Mientras, los peruanos y peruanas de a pie aguantan el carro a punta de trabajo, eso no se les puede afear, sin saber qué responder a su descendencia a la pregunta de En qué momento se jodió el Perú. Ellas y ellos, sus hijos, solo conocen la vida desde una crisis permanente, son la llamada Generación del Bicentenario porque vinieron, con su protesta, a resignificar los valores democráticos y ciudadanos de la Independencia y, ante la ausencia de respuestas, han optado por una narrativa más aterrizada imposible: defender, a toda costa, la democracia como la única garantía de sus libertades, por más fragilidad que tenga.

Y así están, en medio de una pandemia en un país que, lento y desigual, no cuenta con un sistema universal de salud, se enfrenta a la escolarización digital a la par que al acceso a la misma y sostiene al 75% de sus trabajadores y trabajadoras en situación de empleo informal. Si este no era el momento para fortalecer el sistema, emprender la reforma de la fiscalidad, blindar la protección social en la Constitución y priorizar la seguridad de la ciudadanía ¿cuándo será el momento?

Según lo cuento, parece que con esta elección se le acaba el mundo y no, esta legislatura no le iba a resolver todos los problemas al Perú. Con todo y con eso, era una buena oportunidad para que el país asumiese su compromiso con los retos globales de sostenibilidad económica, social y ambiental en el marco de los derechos humanos, de hacer el ejercicio importante de reconocer su diversidad y caminar a la redistribución de sus riquezas, de legislar mirando al interior del país y diseñar políticas públicas ad hoc par atajar la pobreza mórbida que ha ocasionado la injusticia, la desigualdad y el machismo durante décadas.

No se acaba el mundo con las elecciones en Perú, sin embargo, el ascenso de los populismos, de izquierda y derecha, es una piedra más del rosario al que las sociedades democráticas nos enfrentamos, del Sur Global a la Europa globalizada. Y aquí está la tarea de los demócratas: ganar con derechos y libertades al mal menor y al peor de los males.

Noemí Villagrasa es la Portavoz Socialista de Objetivos de Desarrollo Sostenible y diputada por Zaragoza en el Congreso

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