La nada vacía

Opinión
'La nada vacía'
Pixabay

Vuelve lo inmaterial, que no es lo espiritual pero podría ser. 

De momento vuelve la nada que cotiza. Por ejemplo, una escultura que no existe, o que solo existe porque se nombra. La palabra hace la cosa, y adquiere tanta realidad que se vende por miles de euros. Y da que hablar a miles de personas. Esa clase de hiperrealidad de una cierta nada es la que quiere todo el mundo: es ecológica, no contamina (al menos en co2), no molesta. 

Bueno, ahora no molestar es imposible: molestar es la prueba del existir. Si algo se nombra, aunque no sea nada, alguien se ofenderá. Con NFT, identificador digital universal basado en blockchain (lo que hace funcionar las criptomonedas, como el bitcoin), se puede comprar y vender cualquier cosa, aunque no sea una cosa. La escultura inmaterial –e invisible– es un ejemplo más de este regreso de la nada, que está llena de cosas que el ojo humano no ve: vibraciones, hilos, relaciones (el comprador podría demandar al artista si se demuestra que la escultura contiene antimateria). El verbo crea un “objeto” que se vende y que da que hablar. Un supermeme energético. El estado, o cualquier ente jurídico tampoco existe, es una convención. Así que mejor no escandalizarnos por esta nueva generación de naderías que además vienen ya certificadas para siempre por una prueba matemática. Esta floración de nuevas nadas es de gran utilidad para columnistas sin ideas (como es el caso) o con miedo a expresar las pocas que se le ocurren (también). En todo caso, atención al regreso de la no materia, que tiene su antimiga.

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