Rey de dos plantas

Calatayud ha recibido la primera parada en pruebas de un tren Avlo de Renfe
'Rey de dos plantas'
JMACIPE

La última vez que me sentí el rey del mundo iba en un autobús camino al monte: era de dos plantas y me senté arriba, en primera fila. 

Era sábado por la mañana, hacía sol, el frío justo de diciembre y la covid no existía. Llevaba ‘Katedral bat’, de Berri Txarrak, a todo volumen y podría jurar que empezamos a volar. Por mí, como si el conductor hubiera tirado hasta Cádiz.

Sin ser comparable, la sensación casi se repite el pasado fin de semana, cuando compré billetes a Ouigo para Zaragoza y me topé con un tren de dos plantas. Antes de esa sorpresa, lo que realmente me puso contento fueron los precios. La última vez que hice el trayecto de ida y vuelta Madrid-Zaragoza, pagué 89 euros; con Ouigo, 38 euros. Y lo cierto es que no noté diferencia con la calidad del servicio: el tren llegó en una hora y cuarto, el personal de cabina se preocupó de que todo el mundo llevara mascarilla (había un figura al que todo el rato le asomaba la nariz pero, tras más de un año de pandemia, hay seres de luz a los que solo queda abandonar a su suerte), nos dieron toallitas con gel hidroalcohólico e incluso diría que el asiento era más cómodo que el de AVE. A eso se sumó una gran alegría cuando a dos pasajeros les indicaron que no sacaran a sus mascotas de los trasportines; en AVE me he visto en dos ocasiones con mi acompañante de viaje poniendo a su gato sobre sus rodillas, siendo yo alérgico. Cosa que por lo visto Renfe permite hasta que alguien se queja, que debe de ser la palanca para propiciar una situación que solo debería ser lógica.

El mal sabor de boca, como todo, llega cuando se te pasa el subidón y te entra resaca de ver la derrota de una empresa como Renfe, que pagamos entre todos y que ni con la anunciada liberalización de las vías ferroviarias ha tenido reprís para ofrecer un servicio de tren de alta velocidad a precios relativamente populares. Llegará Avlo, su apuesta ‘low-cost’, pero lo hará más de un mes después de la llegada de Ouigo y habrá que ver si con el músculo competitivo que merece un mercado del transporte de pasajeros que con Uber o Cabify hemos visto que es imparable. La (ojalá) caída de precios por esa competitividad será la suerte de todos; el ejemplo de que las empresas públicas parece que solo lo son por el origen de su capital, resulta desolador.

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