Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

La banalización de la pereza

Pedro Sánchez y Pablo Casado se saludan con el codo antes de la reunión de este miércoles.
Pedro Sánchez y Pablo Casado se saludan con el codo.
EP

Desafío independentista, desempleo, apuntalamiento de la sanidad, sistema de pensiones, financiación autonómica, calidad educativa, futuro para los jóvenes… España arrastra muchas tareas desde hace años. 

Los partidos no se ponen de acuerdo. Saben lo que tienen que hacer: negociar y pactar. Saben también que, en las cuestiones fundamentales, los acuerdos deben aprobarse solo por consenso. Sin embargo, a Pedro Sánchez, Pablo Casado, Santiago Abascal, Ione Belarra, Inés Arrimadas y los demás les puede la pereza.

«Qué pereza da el tener que llamar al adversario político, quedar con él, fijar una agenda de negociaciones, empezar a dialogar, sentarse durante horas y horas alrededor de una mesa…», «qué pesadez cuando se levanta y tienes que volver a llamarle, implorarle, ceder…», «que aburrimiento tener que repetir este ritual con unos y otros…», «qué cansancio produce el acudir al Parlamento a dar explicaciones y qué hartazgo la obligación de hacer pedagogía ante la opinión pública». Por todo esto, los líderes prefieren atrincherarse en sus líneas rojas y dejar que les aclamen sus incondicionales.

La filósofa Hannah Arendt acuñó la expresión ‘banalidad del mal’, al analizar el holocausto, para demostrar lo terriblemente normal que suele ser el mal entre nosotros. Del mismo modo y salvando todas las distancias, ahora cabría hablar de una banalización de la pereza. Los partidos se dejan vencer por la indolencia antes que ponerse a trabajar para cumplir con el mandato que los ciudadanos les damos con nuestros votos en las urnas: emprender las reformas que el país exige. Y miente quien esgrima que hoy es imposible el consenso. Se logró, en un momento mucho más complicado, con el pacto constitucional de 1978.

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