La mayor frontera

Frontera del Tarajal con Marruecos
Llegada de niños a Ceuta tras haber nadado desde Marruecos
Brais Lorenzo

En España se suele mirar el sur que comienza cruzado el Estrecho con displicencia, más que con patrioterismo. Se espera que moleste lo menos posible y que siga surtiéndonos de mano de obra y recursos naturales. Aunque, para asegurar esa tranquilidad, de vez en cuando, se tenga que dedicar algún tiempo al compadreo y echar unos cuantos millones de euros en ayudas. O haya que dejar cada vez más abandonados a su suerte en Argelia, en un terrible desierto, a decenas de miles de exiliados saharauis cuya última documentación aceptada internacionalmente era nuestro DNI. Es la política que se dice real, pero, evidentemente (basta con las imágenes de Ceuta), no resulta muy humana ni siquiera eficiente; causa mucho dolor y nada termina de resolver.

El mundo está revuelto tras el año largo de contención con el coronavirus y, hasta que se recoloquen las fichas, siquiera para que todo quede como estaba, van a pasar cosas. En lo referente a las relaciones con Marruecos, mientras su fundamento sea comercial y militar, es impensable manejar razonablemente unas fronteras altísimas en términos económicos (son las que separan territorios más desiguales del planeta, dice uno de los mantras de estos días) pero, sobre todo, insuperables culturalmente. La otra parte siempre se puede manejar apretando o con hachís o con desesperados, más ahora que cuenta con la predilección de Estados Unidos, y esta dialéctica perversa solo se romperá fomentando el conocimiento y, con él, los afectos.

Establecer lazos debiera ser mucho más sencillo porque esa civilización a menos de 15 kilómetros de distancia está en el ADN de la española, porque ahora vuelven a ser españoles muchas personas que vinieron del Magreb, o cuyos padres lo hicieron, y por el propio empuje de la globalización. Pero el moro sigue siendo algo exótico y su cultura, un arcano: algo de lo que se ocupan los arabistas en las universidades o algunas contadísimas experiencias de intercambio como la que promueve el Festival en el Camino de Santiago y antes hacía Pirineos Sur, ambos en Huesca, u otras rarezas como la exposición de arte contemporáneo marroquí que puede verse hasta septiembre en el Museo Reina Sofía. Honrosísimas, claro, pero excepciones.

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