Más que virus

Opinión
'Más que virus'
Krisis'21

Con esto del virus de Wuhan, cuanto más se pregunta, menos claras quedan las cosas. Y ahora no es por falta de información, como al comienzo de la pandemia. 

Más bien al contrario, se han multiplicado las publicaciones de todo pelaje. Sin embargo, lo esencial se esconde, tanto a la hora de dilucidar si el SARS-CoV-2 es un patógeno de origen animal o resultado de laboratorio, como en los modos de describir la ‘enfermedad’. Mejor dicho, se camufla en cómo nos ‘venden’ el bicho quienes, por un lado, intervienen en la construcción del discurso hegemónico sobre salud pública y quienes, por otro, participan del campo biosanitario.

Con el lenguaje disponible y las diversas formas de explicar los fenómenos relativos a la salud y la vida, se entretejen nociones previas que se dan por buenas sin más. Son como son. Ni se cuestiona su génesis, ni se duda de los propios pilares del conocimiento instituido. Dicho más directamente, nos tenemos que creer lo que nos cuentan. Si preguntas, mal. Si dudas, requetemal. Y si no aceptas, crees y confías, peor.

Ante las muchas dudas que nos suscitan la pandemia y otras situaciones, se nos pide que aceptemos sin más las explicaciones que nos dan

Un ejemplo: un virus –tal como se explica en el modelo dominante– no es un ser vivo. Solo es una cadena de código genético. Dicen que puede ser de dos tipos. Uno, ácido desoxirribonucleico (ADN). Otro, ácido ribonucleico (ARN). Esto va empaquetado dentro de un ‘envoltorio’ de proteínas. En función de esas formas exteriores y de su comportamiento se vuelven a clasificar. Por los cálculos que se hacen, superan con creces al número de bacterias, que son infinidad. Unas y otros están en todas partes. Tierra, mar y aire. Y, obviamente, los llevamos en nuestras manos, boca y fosas nasales entre otros recovecos. Pero no se termina de saber exhaustivamente de dónde salen, ni cómo vienen y van. Eso sí, circulan a millones. Están en todos los ecosistemas terrestres. Mientras tanto, en el discurso instituido se nos dice que un virus no es un ser vivo. ¿Por qué? Por una convención.

En su día, hace siglos, unas mentes preclaras decidieron separar lo vivo de lo que no lo es. Hasta que llegaron a la conclusión de que la célula es la unidad mínima de vida. Pero ¿por qué? Pues porque observaron –es decir, decidieron– que cumple con tres funciones vitales: nutrirse, relacionarse y reproducirse. Ya está. Una piedra es un ser inerte, ni se nutre ni se relaciona –por cierto, algunos humanos, tampoco– ni se reproduce. Definido el pedrusco, lo demás es coser y cantar.

Miramos el mundo, ponemos las palabras correspondientes y, a partir de ese momento, a repetir los nombres de las cosas. Y si no se sigue la norma, se es un zoquete que no se sabe la teoría. Esa que nos han metido con calzador desde pequeños, en las escuelas. Ahí se nos enseña que para vivir hace falta nacer, crecer y morir, alimentarse, adaptarse al medio y reproducirse. Para después clasificar los seres vivos en cinco reinos con sus correspondientes características. Así, puesto el nombre y encontrado el ejemplo, solo hay que repetir lo aprendido. Acumulamos capas y capas de términos que sedimentan lo que llamamos conocimiento. Reproducimos inercias y explicaciones pero, cuando algo se sale de los límites, ¿qué? ¿Preguntar? Pues sí, por ejemplo, ¿qué es vivir? ¿Qué es lo esencial?

Pero lo cierto es que muchas veces lo que nos cuentan produce más incertidumbre que certeza

Si usted se conforma con el relato establecido no hace falta más y sobran las preguntas. Pero, sinceramente, ¿qué es lo que nos hace vivir? ¿Es suficiente con la bioquímica hegemónica? No se trata de resucitar el flogisto, ni el éter, ni dudar porque sí de la ley de conservación de la materia. Pero, ¿qué convierte un cuerpo en cadáver? ¿Qué parte del código genético explica eso que se escapa y es esencial?

Este virus nos enfrenta a preguntas límite, preguntas indecidibles. Con el paradigma explicativo hegemónico hay muchas cosas que no se pueden explicar. Desde por qué funciona la homeopatía, hasta por qué sin espíritu se pierde la vida. No basta con enumerar ácidos nucleicos, proteínas, enlaces químicos… así no se llega a eso esencial, a esa unidad de funcionamiento vital, desde donde observar y entender la vida. No basta con decir que vivir es progresar. Tener pasado, presente y futuro. Quizá lo disruptivo hoy es recuperar acciones como contemplar, guardar silencio y sentir la vibración de la Vida.

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