Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

De la indignación al narcisismo

Opinión
'De la indignación al narcisismo'
POL

Hace una década, muchos ciudadanos tomaron conciencia de que el ascensor social se había parado. 

La puntilla del contrato social forjado en Europa sobre los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial fue la recesión económica que se gestó a partir de 2008. Los recortes, las desigualdades y la corrupción provocaron una ola de indignación social. El 15 de mayo de 2011, miles de personas se concentraron en cincuenta ciudades españolas en torno al lema ‘Democracia real ya’. Algunas de estas protestas derivaron en acampadas espontáneas que se alargaron durante más de un mes a pesar de las citas electorales, las advertencias judiciales y las intervenciones policiales.

El movimiento ciudadano del 15-M transformó el eje tradicional izquierda/derecha por la dialéctica vieja/nueva política. A su rebufo, surgieron partidos, como Podemos y Ciudadanos, que elaboraron sus discursos sobre una fórmula tan simple como efectiva, tan maniquea como versátil: nosotros somos el futuro y ellos son el pasado. "Ellos" (PP, PSOE) representan la vieja política, la casta, los corruptos, la dicotomía izquierda-derecha, la ruina moral. A cambio, "nosotros" somos la nueva política, la gente de la calle, los inmaculados, el centro, la regeneración ética.

Hoy se cumplen diez años de la eclosión del movimiento 15-M, que repolitizó a la sociedad española por la pésima gestión de la crisis financiera

La estrategia les dio buen resultado electoral. PP y PSOE fueron perdiendo votantes, mientras Pablo Iglesias y Albert Rivera se convirtieron en imprescindibles para gobernar. Sin embargo, los novísimos sufrieron un acelerado proceso de envejecimiento prematuro. Cuando les tocó negociar acabaron cayendo en los mismos vicios de la vieja política: personalismos, cálculo partidista a corto plazo, intransigencia para contentar a su hinchada, intercambio de sillones… La consecuencia fue que la indignación social también se volvió contra ellos.

El ‘fulgor y muerte’, según expresión nerudiana, de los nuevos actores políticos se precipitó por su manifiesta incapacidad para construir institucionalmente partidos de gobierno, y no solo de oposición. ‘Decir no no basta’ fue el ilustrativo título del ensayo publicado por Naomi Klein en 2017. Y en ello tuvo mucho que ver la extraordinaria vanidad de Iglesias y Rivera, que cristalizó en una ambición ciega por superar al PSOE y al PP y por convertirse así en los líderes de la izquierda y de la derecha. En esta azarosa singladura quemaron muchas naves y lanzaron por la borda a muchos compañeros de viaje.

La soberbia es el peor defecto de un político según el análisis de Max Weber, pues impide distanciarse de la realidad. "La vanidad, esa necesidad de ponerse a sí mismo en el primer plano lo más visiblemente posible, es lo que conduce al político a caer en la falta de responsabilidad. El demagogo se halla en continuo peligro de convertirse en un actor y de tomar a la ligera las consecuencias de sus acciones, preocupándose solo por la impresión que produce", dice el padre de la sociología moderna en su célebre ensayo ‘La política como profesión’ (1919).

La indignación originó nuevos partidos que ahora languidecen por el narcisismo de sus líderes

El nihilismo iconoclasta de Iglesias y el endiosamiento ensimismado de Rivera, aupados en su pedestal de hiperliderazgos intocables, han terminado por convertir al naranja y al morado en colores irrelevantes. Hoy, el rojo y el azul vuelven a destacar con intensidad. No obstante, Pedro Sánchez y Pablo Casado adolecen de la misma ‘tara de fábrica’ que esos dioses caídos: son claramente lo que los anglosajones han denominado ‘pop politics’, cabezas de lista que buscan la máxima audiencia adoptando los códigos y los lenguajes propios del ‘marketing’.

Los hechos y las declaraciones de unos y de otros demuestran que prevalecen la sobreactuación y la megalomanía sobre la responsabilidad general y el sentido de Estado hasta el punto de frivolizar con la paciencia del electorado. Así las cosas, recurriendo de nuevo a la expresión que coreaban miles de ciudadanos hace diez años en las concentraciones del 15-M, los sondeos y las encuestas evidencian el desencanto ciudadano con sus políticos: tampoco estos nos representan.

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