La coleta

Opinión
'La coleta'
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Que el corte de pelo de un político ocupe un lugar preferente en periódicos e informativos es, si se analiza fríamente, algo extraño. 

Pero hablamos de la coleta de Pablo Iglesias y entonces cambia la cosa, porque esa cola de caballo ha sido mucho más que una anécdota. La coleta diferenció a Iglesias del resto de los líderes. La coleta era rebelde, casaba con el 15-M, con los mítines de Vistalegre, y con la vistosa llegada de la nueva política al Congreso: bicicletas, bebés, charangas... Encajaba con el líder que rechazó la primera invitación para ir al Palacio Real el 12 de octubre; el que despistaba a sus rivales al presentarse en la gala de los Goya con pajarita mientras ellos se habían dejado la corbata en casa.

La coleta, que le valió un apodo despectivo, permaneció inmutable mientras todo lo demás cambiaba. Hubo ruptura traumática con fundadores de Podemos; una chirriante mudanza desde Vallecas al chalé de Galapagar; menos votos, más poder, muchos cambios: un escaño en Europa, otro en el Congreso; el Consejo de Ministros y una vicepresidencia, una candidatura a la Asamblea de Madrid...

De intentar ‘asaltar los cielos’, al corazón del poder y a ‘cabalgar contradicciones’, algunas imposibles de embridar. En el cuento de Nikolai Gogol, ‘La nariz’, el apéndice nasal de un funcionario se independiza de su dueño y campa a sus anchas por San Petersburgo. Iglesias ha tirado la toalla, tras un magro resultado en Madrid y haber soñado en vano con adelantar al PSOE, pero la coleta ya llevaba algún tiempo emancipada. Y ahora habrá quien la esté buscando.

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