Por
  • José María Serrano Sanz

El Canal Imperial

El Canal Imperial en una foto de archivo.
'El Canal Imperial'
HA

Si hubiera que hacer un inventario de las maravillas de Zaragoza, yo incluiría entre ellas, y en un lugar destacado, al Canal Imperial de Aragón. 

Como apenas hemos podido viajar fuera durante estos meses pasados, hemos tenido más tiempo, y acaso más interés, para apreciar mejor esos paisajes urbanos que, de puro cotidianos, mirábamos sin ver. Un paseo desde la Fuente de los Incrédulos, junto a las esclusas de Casablanca, hasta las esclusas de Valdegurriana, pasando por el cruce de la Huerva y el Ojo del Canal, no es solo delicioso por el paisaje, sino porque te hace evocar la Zaragoza de otros tiempos, con los molinos o la Quinta Julieta. Y también las barcas de los domingos por la tarde de mi infancia.

Cuando uno piensa que aquella obra se construyó hace más de doscientos años, con los limitados recursos técnicos de entonces y la escasez propia de una economía rural, aprecia de verdad el talento y la determinación de hombres como el conde de Aranda y, sobre todo, el gran Ramón de Pignatelli, cuya mítica llegada en barca a la ciudad tanto me habría gustado ver. Y admira aquella Zaragoza de finales del XVIII llena de vida y capaz de imaginar y poner en acción iniciativas materiales como el Canal o de crear instituciones como la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País que, durante un siglo al menos, no dejó de difundir las ideas que estimulaban el progreso. Ojalá esa Zaragoza nos inspire.

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