Opinión
'Burbujas'
Krisis'21

En este tiempo de pandemia se nos ha dividido la vida en burbujas. 

Cada quien en la suya y con los suyos. Se nos ha explicado que tenemos que acotar nuestra vida cotidiana para protegernos de los contagios y para, cuando proceda, rastrear mejor los casos. Así, sin más argumento hemos aceptado los llamados ‘grupos burbuja’ en las escuelas, en las aulas universitarias e incluso en los puestos de trabajo. Nos movemos de corro en corro. Por roldes y redoladas. Cada quien con su número de contactos en mente y su cadena de interacción fresca por si toca. De ese modo el mundo parece más fácil de controlar. Si se sabe en qué burbuja se vive, se puede averiguar por dónde llega el virus. O lo que se tercie. Y lo curioso es que nos hemos adaptado como cordericos. Cada oveja con su rebaño y en su ‘mallata’. Nos encerramos solos, sin pastor. Domesticados y sometidos más que en décadas y siglos contaron nuestros mayores.

Nos han vendido el miedo y lo hemos comprado. Nos han rociado con el pánico a la enfermedad y nos han domeñado. Nos prometen el imposible de la salud a toda costa y aceptamos esa falsa promesa sin rechistar. Se adorna de debates y opiniones científicas que alternan el ensayo y el error, para seguir donde estamos. Porque seguimos siendo mortales… y por mucho discurso tecnocientífico que se nos quiera suministrar de ahí no saldremos. Por eso mismo nos hace falta rescatar el valor de la duda y de la libertad para pensar críticamente, para salir de la burbuja particular en la que nos hemos sumergido.

El reto hoy es pinchar ese glóbulo de aire donde se nos hace respirar el miedo y se aletarga la conciencia individual. Pinchar la burbuja, sí. Para salir al exterior y descubrir que el mundo está lleno de riesgos. La falsa seguridad de las limitaciones profilácticas nos lleva camino de la ruina. Y al peor de los peligros, a renunciar a pensar. Hoy el gran reto vuelve a ser, precisamente, preguntar el porqué de las cosas y de los límites que acotan el espacio de lo posible.

Con la pandemia nos han acostumbrado a la idea de vivir en ‘burbujas’, pero la
división de la gente en grupos separados e impermeables empezó mucho antes, se acentuó con las redes sociales y tiene consecuencias sociales y políticas

Así, entonces, abriremos una ventana en el habitáculo hermético en el que nos han metido y nos hemos dejado meter. Romper el aislamiento no solo para vencer al miedo, sino también para descubrir el otro lado de lo real. Porque las burbujas también tienen un sesgo político y politizante. De hecho, junto a esta asepsia obsesivo-compulsiva se ha extendido una septicemia política generalizada. Las raíces venían de antes y han aprovechado el virus de Wuhan para distribuir sus toxinas en la atmósfera social y mediática.

Antes de la pandemia, con la expansión de las redes sociales –distribuidas por medio de las tecnologías de la información y de la comunicación– las burbujas se habían multiplicado fragmentando la creación de consensos sociales. Ese tipo de burbuja digital crea espacios simbólicos con contenidos compartidos entre sus habitantes. Estos son impermeables a quienes no comparten esos mismos códigos. De esa manera, cada trozo del mundo cobra sentido para unos y desde unos, en un nosotros que inmediatamente crea un ellos: esos que no están donde estamos. Esa forma de construir la ‘nosotreidad’, lejos de incluir, genera identidades exclusógenas y, al mismo tiempo, alienantes. Solo se comparte con quien se comparte, solo se escucha a quien se escucha, solo se lee lo que se lee. Y solo se oye el eco de la burbuja, de la ‘cleta’ donde me he ido encerrando porque me he permitido olvidar que siempre hay otra perspectiva.

Hemos prescindido cómodamente de buscar otro punto de vista. Nos hemos dejado atrapar por la falsa polarización que niega la verdad al otro lado del espejo. Nos hemos engañado buscando la seguridad que ofrece la unanimidad del rebaño. Cuando muchos balan al unísono es muy difícil disentir. Lo peor viene después.

Si de las burbujas se hacen trincheras, es muy fácil encontrar culpables fuera. Si seguimos excavando para ahondar en la diferencia, será difícil que construyamos puentes. Tendremos que conectar nuestros espacios para que con vasos comunicantes se reequilibren nuestras emociones y acallen nuestros miedos. Para salir de esta, no basta solo con que nos encierren en burbujas.

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