Por
  • Gaspar Mairal Buil

Cuando el riesgo está en el relato

La suspensión de la vacuna de Astra Zeneca sorprendió al punto de vacunación de Bombarda en pleno proceso.
'Cuando el riesgo está en el relato'
Guillermo Mestre

Es tema de mucha actualidad la prevención o simplemente el rechazo de muchos ciudadanos hacia la vacuna de la multinacional farmacéutica Astra Zeneca por los casos de trombos, ciertamente muy escasos, que se han detectado en personas a las que se había inyectado esta vacuna. 

De hecho, su uso masivo fue suspendido en algunos países, entre ellos el nuestro. Ante esta reacción mostrada por un buen número de personas que habían sido convocadas para su vacunación y que no acudieron a la cita, las autoridades y los expertos han señalado de forma reiterada que el riesgo de sufrir un episodio de trombosis como consecuencia de la administración de la vacuna de Astra Zeneca era ínfimo y para ello ofrecían datos basados en un cálculo probabilístico.

La Agencia Europea del Medicamento estimaba que con esta vacuna podría darse un caso de trombo por cada 100.000 vacunados. A su vez y de acuerdo con el Imperial College de Londres, por cada 166 infectados de covid muere una persona. La comparación entre ambas estimaciones de probabilidad es evidente, mostrándonos que hay muchísimo más riesgo de morir tras haberse infectado de covid que por sufrir un trombo tras recibir la vacuna de Astra Zeneca.

La manera en que la sociedad percibe y asume una situación de riesgo depende más de cómo se narra que de los datos objetivos o científicos que haya detrás

Entonces, ¿por qué una parte significativa de la población no acepta estas estimaciones estadísticas? Ante todo, habría que distinguir el riesgo calculado en términos de probabilidad por la ciencia estadística aplicada a la epidemiología y la noción de riesgo que resulta significativa para la población; o lo que es lo mismo, el riesgo objetivado mediante cálculos o instrumentos científicos y el que depende más de la sociedad y su cultura. Este último y como trataré de mostrar deriva de uno o varios relatos tipo que vienen a constituir una narrativa de riesgo.

A esto hay quien lo llama, los psicólogos por ejemplo, ‘percepción del riesgo’. Cuando ante una situación determinada, como la covid, conviven en la población ambas versiones del riesgo, puede suceder que una parte importante o la totalidad de dicha población, rechace la versión del riesgo calculada y legitimada por la ciencia y sus expertos, inclinándose más por los relatos, porque en el ámbito de la cultura, donde los individuos viven más sus experiencias, el relato puede ser mucho más fuerte o atrayente que el dato científico expresado numéricamente, aunque razonablemente este último sea mucho más convincente.

Así, la prevención o el miedo a viajar en avión es más intenso y está más extendido que a hacerlo en automóvil, a pesar de que los datos estadísticos referidos a la accidentalidad nos indiquen que el avión es un transporte mucho más seguro. Sin embargo, la narratividad del accidente aéreo es mucho más intensa y persistente, pues cada uno de ellos suele ser relatado por los medios de comunicación con muchas imágenes; y ya no digamos si se ha producido en el propio país o en países cercanos y si hubo compatriotas muertos. A su vez, los accidentes de tráfico tienen una narratividad rutinaria, que se refleja en las cifras semanales o anuales de víctimas; y solo en los casos de accidentes con un cierto número de muertes se convierten en noticia rápida. Basta comparar esto con el caudal de información e imágenes perdurables, retenidas en la memoria colectiva, que se derivaron de accidentes como el del Yak-42 en Turquía en 2003, el del avión de Spanair que se accidentó en 2008 al despegar en Barajas o en 2015 el aparato de Germanwings que estrelló su piloto en los Alpes y en el que viajaban un buen número de ciudadanos españoles. El relato del accidente aéreo es muy potente y prevalece para mucha gente sobre las valoraciones que provienen del análisis estadístico.

Con un caldo de cultivo promovido por los activistas antivacunas, las informaciones que alertaban sobre los casos de trombosis, ínfimos ciertamente, que podría haber provocado la vacuna de Astra Zeneca, se convirtieron inmediatamente en un potente relato al que se adhirieron sectores significativos de la población, si bien, afortunadamente, no mayoritarios. Todo esto demuestra que en la sociedad el riesgo es un fenómeno de comunicación que opera moral y simbólicamente. La representación del daño, el dolor, el sufrimiento o la muerte, especialmente en situaciones catastróficas, produce una narratividad muy intensa que es comunicada a la sociedad y que la propia sociedad a su vez comunica dentro de sí. Este proceso, la comunicación del riesgo, que es más relevante en términos socio-culturales que la percepción, opera desde unas fuentes o emisores como los medios de comunicación de masas y especialmente la televisión e internet. La sociedad receptora reemite el relato y en ella existen las llamadas ‘estaciones amplificadoras’ que lo refuerzan o extienden. Por ejemplo, las manifestaciones de un político o de un personaje público pueden ser, por su notoriedad, ejemplos de este fenómeno. Podemos recordar en la década de 1980 al ‘bichito’ de Sancho Rof con ocasión del envenenamiento por aceite de colza desnaturalizado; o a la ministra Villalobos y el ‘hueso del cocido’ en el caso de las vacas locas en el año 2000. Sus intervenciones, destinadas a tranquilizar a la opinión pública, actuaron simbólicamente para producir el efecto contrario.

También importa el estilo del relato y qué características posee desde sus fuentes iniciales. Aquí es donde nos encontramos con el sensacionalismo y también, en la televisión, con la reiteración de imágenes impactantes cada vez que se repite el relato. Cuando un tren Alvia sufrió un accidente en Galicia las imágenes de su descarrilamiento fueron repetidas hasta la saciedad cada vez que, incluso años después, se daban noticias sobre este hecho. En el caso de la covid las imágenes de las urgencias de un hospital tomadas durante la primera ola y en las que se mostraba a numerosos enfermos hacinados en los pasillos se han repetido una y otra vez, incluso meses después. Que los medios de comunicación deberían reflexionar más sobre los relatos que transmiten y cómo lo hacen, al igual que los expertos, los políticos, los activistas o los personajes públicos sobre sus manifestaciones, son cuestiones que me parecen muy relevantes en estos momentos.

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