Gastro-mal

Los licores extranjeros no son necesariamente los mejores.
Los licores extranjeros no son necesariamente los mejores.
Víctor Lax / HERALDO

Buscando café para hacer la compra por internet, me encontré con unos tipos en una publicidad que cataban con una cuchara las variedades de una marca de esta bebida. Era una cata que les exigía movimientos radicales de mandíbula que solo se han visto con algunas drogas de diseño, y te contaban un rollo macabeo para explicarte algo así como que el café que te gusta va con tu personalidad. Me pareció todo muy exagerado y me acordé de una amiga que me contó que sus padres siempre compraban una determinada marca de café porque era mano de santo para el tránsito intestinal. En esa casa, por lo visto, no se valoraba tanto el sabor como la agilidad; era la Villa Olímpica del apretón mañanero, que, junto con la Constitución, otorga al ciudadano español una vida en plenitud de libertades y confianza en el futuro.

La verdad es que de unos años a esta parte, el paladar se nos ha vuelto más fino, y aún más el gusto por contar lo consumido. Los nacidos a finales de los 80 hemos crecido con bromas sobre cierta marca de whisky español, cuando según me han contado en España no era raro que se consumiera con gusto apodándolo ‘el segoviano’. El verano precovid, en una boda, me acerqué a la barra a pedir una ginebra con tónica, rechazando la ‘made in Spain’ por complejo mientras el camarero me insistía en que la otra, más allá de exótica por lo de británica, era en realidad una ginebra peor. A veces uno cree elevarse y solo está sentado en el pitorro que le sobresale a la boina de cateto. Situación que pasa también con los restaurantes de cocinas internacionales, a los que se les llegó a llamar ‘sabores del mundo’ y es sorprendente que el planeta no se haya autodestruido. La cuestión es que no son pocas las veces que uno palma una cuenta de sudor frío, esa que siempre te dicen que lo que suben son los cafés y los postres y tú te quedas pensando que no te has pedido el reactor de un avión, y el menú estaba mejor por quedar bien que por sabor. A mí me descarga la presión y la conciencia acordarme de la señora que, en un japonés, llamó ‘empanadillicas’ a las gyozas y rechazó otro plato porque sabía ‘como a césped’. Y me perturba que estemos construyendo gustos mentira sobre mentira. La gastronomía no está tan lejos del corazón; y la política, tampoco.

@juanmaefe

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