Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

¡Mira, mamá!

Opinión
'¡Mira, mamá!'
POL

Rrrrrrrrr", "rrrrrrrrr"... Con una de sus sonrisas integrales, A. comparte su victoria sobre el fonema terrible. 

El sonido vibrante múltiple, que tanto temen los que estudian español como lengua extranjera, se ha incorporado a su repertorio: "perrro", "carrrera". ¡Por fin podrá llamar ‘Curro’ a su amigo Francisco!

Termina otro día de colegio. Lo que era la recta de la pista en que competí se ha adaptado ahora como escenario en que los chavalines de Primaria se aproximan, ordenados, pero sin la rigidez de las filas en generaciones anteriores; hemos mejorado. La escena evoca los triunfos de los generales romanos victoriosos. En sus manos se adivinan las pruebas de otro día de logros; les urge compartir: cosas, narraciones, mostrarnos –otra vez– un amigo… su amistad.

Hoy será especial: están en vísperas del Día de la Madre. Padres, abuelos, abuelas… hoy salta especialmente a la vista que somos solo imitadores. Que entre lo maternal y lo paternal hay un salto de especie. Porque solo en la madre han sentido los primeros sonidos, las primeras voces. El primer trasluz. El deslumbramiento del parto. Su primer reposo, la primera caricia. El primer beso.

Intentamos comprender la realidad con criterios racionales, pero siempre hay algo
que se nos escapa

Soy historiador; es una forma cortés de decir ‘mirón’. Observo, selecciono y cuento. Un cotilla con algunas lecturas.

No me gustan las celebraciones inducidas; esas en las que una capa densa de argumento de venta ahoga el motivo de fondo. Tiendo a dejarlas pasar; como mucho, las observo como fenómeno social. Pero a veces hay sorpresa: sepultado bajo la banalidad comercial podemos encontrar algún indicio para una reflexión sobre algún elemento central de nuestra condición humana. Supongo que es ocasión para intentarlo con el Día de la Madre’.

Comienzo mi análisis de narraciones fijándome en los verbos que usamos para describir. En torno al Día de la Madre tienden a destacar la idea de reconocimiento, de devolución de lo mucho recibido; compensación. No está mal que lo hagamos, pero creo que es un enfoque muy pobre, muy limitado. Mero intercambio; demasiado prosaico. El fundamento de nuestra celebración tiene que ser otro.

Sabemos que hay condiciones que mejoran las posibilidades de percibir cosas; que una noche, lejos de fuentes de contaminación lumínica, descubrimos un cielo que siempre está ahí, pero escondido. Esos ‘triunfos’ cotidianos, esa llamada del hijo para que compartamos sus descubrimientos, son oportunidad para nuestra búsqueda.

Mi relación con los fenómenos que me rodean es racionalista; científica. Asocio ‘real’ con ‘racional’. Para afrontar el espinoso concepto de qué entiendo por ‘lo real’ acudo pertrechado con mis adjetivos favoritos: observable, medible, comunicable, reproducible, falsable... En términos generales me parece una buena opción. Pero a veces no alcanza.

Los racionalistas abordamos la reflexión sobre lo que escapa a nuestros instrumentos de observación con cartas marcadas. Así, llamamos ‘irreal’ a lo que no pasa nuestro filtro de ‘realidad’ e ‘irracional’ a aquello cuya ‘ratio’ no somos capaces de establecer. En el reparto de posiciones de partida damos al contrario unas palabras con esta fuerte carga despectiva; aun así, algunas veces algo discrepante sobrevive.

En la actitud y el entusiasmo de los niños a medida que van descubriendo el mundo
vemos un reflejo de amor y belleza
que va más allá de la razón

En la ofrenda cotidiana que los peques hacen de sus descubrimientos y realizaciones, en las caricias y expresiones que la acompañan, hay mucho más que lo que vemos; algo de distinta naturaleza. Algo que queda fuera de las explicaciones bioquímicas, neurológicas… Entiendo la metáfora platónica de la caverna: sentimos algunas evocaciones, vemos algunas emergencias de realidades que desbordan nuestra idea de ‘real’, de razones que van por caminos distintos al marcado por la ‘ratio’ del racionalismo.

Hace décadas empezamos a buscar y encontrar partículas subatómicas: fracturamos lo que no podía ser fracturado. Hemos llegado muy hondo, pero siempre dentro de lo que llamamos materia.

Creo que nuestros pequeños son catalizadores, redes que capturan fuerzas que no entendemos. Nos las reparten, pero en nuestras manos son inestables y efímeras. Yo las llamo amor y belleza (‘kosmos’). Están ahí, esperando para impulsarnos. ¡Que nada enturbie su siguiente descubrimiento, su siguiente logro! ¡Que no cese esa llamada que nos alimenta! ¡Mira, mamá!

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