Opinión
'Mario'
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A veces veo a Mario paseando despacio por las calles del Casco Viejo, agarrado del brazo de Luz, sesenta años caminando juntos. Ya les han vacunado. 

Pasean orgullosos su dignidad, sus arrugas, sus años de letras y de exilio. Le preguntaría tantas cosas. Pero me cuesta acercarme a las personas a las que admiro, temo que se me rompa el hechizo, que me defraude su respuesta, que no se parezca al personaje que he soñado después de leerle durante tantos años. Algún día, cuando me lo vuelva a encontrar, en la plaza de San Felipe por ejemplo, tal vez venceré mi timidez y me acercaré a preguntarle qué tal está, si echa de menos Montevideo, si sigue escribiendo. Le preguntaré por su táctica y estrategia para salvar el frío, le pediré que no se rinda, haremos un trato, le daré las gracias por acompañarme tantos años, por sus versos, que ocupan un lugar especial en mi estantería de autores preferidos.

Se acerca el Día del Libro, un día de sueños y de rosas. A veces sueño que soy Bastian volando sobre Fantasía; otras me embarco en busca de un tesoro; o soy Caperucita huyendo del lobo en Manhattan; o una de los Cinco en la isla de Kirrin; o guerrillera sandinista con Gioconda; o prima lejana de los Buendía; o amiga de la infancia de Bittori y Miren; o espectadora privilegiada de la partida entre Arturito Pomar y Bobby Fischer en Estocolmo. La próxima vez que me cruce con Mario Benedetti por las calles del Casco, le invitaré a tomar un café y le haré una promesa. Seguiré leyendo y defenderé la alegría como una trinchera.

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