Por
  • Carmen Herrando Cugota

Inclinarse hacia el otro

Opinión
'Inclinarse hacia el otro'
Pixabay

Que lo humano es pobrecillo es claro; ya lo decía Pascal cuando veía al hombre como una mera caña, "lo más frágil de la naturaleza", pero –añadía– una caña que piensa. 

Y es que tal debilidad nos constituye a los seres humanos, y en ella hallamos lo más nuestro: menesterosidad y una ingente necesidad de abrigo. Cuestiones estas a las que nos enfrenta como nunca la situación de pandemia que seguimos viviendo. Pero necesitamos elevar la mirada y respirar, para nutrirnos nuevamente de la mirada interior en un movimiento acompasado de repliegue y despliegue del vivir. Un ejercicio cordial –porque es semejante al latido del corazón– al que invita en su último trabajo el filósofo catalán Josep Maria Esquirol.

En su propuesta de una ‘filosofía de proximidad’, tan necesaria, tan entrañable, tan humana, Esquirol nos plantea ahora una reflexión sobre el hombre, que lleva por título ‘Humano, más humano’ y por subtítulo ‘Una antropología de la herida infinita’. Con ecos nietzscheanos, esta bellísima antropología filosófica (la disciplina que trata de dar respuesta a la constante pregunta por el ser humano) presenta la debilidad como categoría principal de la que las personas podemos extraer el aliento necesario para vivir; y al mismo tiempo muestra los contrastes infinitos que alberga todo lo humano, invitando a descubrir lo que brota de lo más hondo y es generador de unidad, de comunidad, de junturas.

Si tradicionalmente la filosofía se ha detenido en la consideración de nuestra realidad de seres mortales (Platón, Heidegger y tantos otros), nuestro autor repara en el acontecimiento de los inicios, y llama a reconocer "lo increíble" que es haber recibido la vida; presenta así cada vida humana como auténtica novedad. Pero, aun con esta luz centrada en el inicio, Esquirol entiende la vida del hombre como una herida infinita, y pone de relieve la hondura de cada existencia, antes que su extensión o su ensanchamiento; una herida por la que respiramos y que, por lo tanto, ha de permanecer abierta simplemente para que no pierda su entraña más humana. Por eso, esta filosofía real y cercana es ante todo una propuesta de ahondamiento y arraigo, y de ahí la fecundidad que contiene y genera, pues busca hacer de cada vida meditada y consciente una experiencia verdaderamente valiosa y también filosófica, si la filosofía es, como explica Simone Weil –una de las autoras presentes en la obra– "cosa exclusivamente en acto y práctica" y algo también fundamentalmente humano.

En ‘Humano, más humano’, el filósofo Josep Maria Esquirol nos ofrece una antropología que parte de la debilidad constituyente de la condición humana, para proponer el acercamiento respetuoso al prójimo como forma de dar y recibir amparo

Cuatro son las incisiones esenciales que Esquirol ve en cada existencia humana: la vida, la muerte, el tú y el mundo; no se deja ningún aspecto del vivir, y explica que "vivir equivale a estar cada vez más excedido por ellas, y aprender a vivir es aprender a acompañar y a responder tal exceso, aunque la respuesta llegue siempre con retraso". Estas heridas configuran todas las vidas y marcan cada una de manera singular: desde el fondo de todas ellas se va entretejiendo el vivir concreto, que siempre se solventa a partir de lo pequeño, lo accesible, lo que tenemos al lado y llevamos dentro: el canto, la casa, el pan, la mirada… Y, sobre todo, el reconocimiento del otro.

Pocas propuestas literarias o culturales invitan a un detenimiento tan introspectivo y fértil, y a un ejercicio tan sincero de humildad y realismo: cuidar, atender, escuchar, amparar… Nada más humano, nada más constructivo ni sanador para tiempos de zozobra.

Este pensamiento convoca a la perseverancia y a la resistencia, y está henchido de sentido común y –por qué no decirlo– de poesía; su llamada lo es también a la profundidad, a la vida atenta. Y el resultado es volver a descubrir que "nos salvan las relaciones", es decir, los demás, que para nuestro pensador no son el infierno que decía el señor Sartre que eran.

Para reparar esta civilización resquebrajada, ayuna de cohesión y de calidez, Esquirol insta con rigor y sencillez a beber de nuevo en las fuentes de lo humano, porque no hay mejor termómetro ético que el crecimiento en humanidad. E invita a inclinarse respetuosamente hacia el prójimo, a darle amparo.

Filosofía cívica, civilizadora, cohesionadora: del abrazo, y no del desencuentro; hacedora de vínculos que vacunan contra el individualismo imperante. Un servicio admirable que Josep Maria Esquirol ofrece en momentos sumamente necesitados de esperanza.

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