Por
  • Carmen Magallón

Desarme

Opinión
'Desarme'
Pixabay

Hace un año, tras declararse la pandemia, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, y el papa Francisco llamaron a un alto el fuego mundial

La urgencia de enfrentarse a un enemigo común, la covid-19, parecía razón suficiente para detener confrontaciones cuya continuidad, a diferencia del virus, dependía de decisiones humanas. El llamamiento no encontró eco y los variados contendientes siguieron a la suya, empecinados en seguir matándose con una persistencia digna del peor virus. Para recordar el llamamiento y con la idea de que, si bien para la guerra no hay vacuna, la disminución del número y sofisticación de los armamentos en circulación podría ayudar, el Vaticano y la Universidad SOAS de Londres organizaron recientemente la conferencia en línea ‘Avanzando en el desarme integral en tiempos de pandemia’. En ella se defendió dirigir los recursos que van a las armas a necesidades humanas, se habló de la necesidad de respetar las normas internacionales, de cómo el diálogo interreligioso y ecuménico es capaz de desmilitarizar el corazón humano y de asentar la convicción de que somos miembros de una sola familia, y de que para este avance es preciso desinvertir en la producción de armas, lo que choca con fuertes resistencias: con el negocio hemos topado. Hay muchos intereses y son escasos los líderes capaces de actuar como tales, a saber, tomar en sus manos un problema y decir y defender lo que los grupos de poder no quieren oír. ¿Apenas los dos mencionados?

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