Trampantojos

Opinión
'Trampantojos'
POL

Siento como ciudadana que estamos asistiendo a un espectáculo político bronco y desconcertante. 

Crispación, polarización y desafección que nos alejan de la buena política, hoy más necesaria que nunca. Mientras veo avanzar la crisis sanitaria y económica, el desencanto corre el peligro de impregnar toda nuestra sociedad. Si tuviera que elegir una palabra para definir dicha situación elegiría ‘trampantojo’. El concepto de trampantojo nació como la técnica pictórica que intenta engañar a la vista jugando con la perspectiva, el sombreado, el efecto óptico y el fingimiento. Lo he explicado muchas veces al visitar ‘Las Meninas’ en el Museo del Prado. Dicho cuadro fue el más perfecto trampantojo de la historia. Hoy la política está llena de esta clase de efectos, así que siempre es posible confundirse. A veces los responsables de nuestras instituciones parecen ser artistas del trampantojo: lo que no hacen parece realidad y lo que hacen no debería serlo. Dicha técnica pictórica intenta engañar la vista jugando con el entorno, la perspectiva, el sombreado y otros efectos ópticos. Si analizan el episodio del intento de comprar vacunas por la Comunidad de Madrid comprobarán que tiene todas las características de engaño, deslealtad institucional, afán de de aparentar un activismo y presentar una falsa realidad para buscar confrontar. En ‘Las Meninas’, el engaño visual todo el mundo lo puede ver, pero funciona. ¿Funcionará también en la política? Su actuación la justifican como explorar escenarios "ante la inoperancia del Gobierno". Creo que están construyendo un trampantojo, crear una prospectiva que en realidad no existe. Pues la realidad es que la Comisión Europea es quien gestiona las compras, y el Gobierno distribuye de forma equitativa entre las comunidades las dosis que llegan de la UE. Su objetivo es evidente: achacar responsabilidades al Ejecutivo en este apartado. No se puede negar que el Gobierno tiene serias responsabilidades en la gestión de una pandemia que ha causado estragos especialmente graves en España; pero no en esta materia.

Los partidos han convertido la política, especialmente en campaña electoral, en un juego de efectos ópticos para engañar a los ciudadanos

Me temo que nos quedan todavía muchos días soportando el engaño y el intento de hacer ver lo que no es. El espectáculo ha comenzado manipulando los tiempos políticos, retrasando investiduras, acelerando mociones de censura, precipitando elecciones y arrastrando al país a una permanente campaña electoral. Los actores están por tanto más pendientes de la representación teatral, cómo deben actuar para ganar a sus rivales, que de los problemas de los espectadores, de los ciudadanos. Y comprobamos con tristeza cómo se relativiza la importancia de la palabra dada por los servidores públicos, socavando la confianza en los partidos como instrumentos constitucionales de canalización de la voluntad popular. Como demuestra el último informe de Metroscopia, que señala cómo los liderazgos políticos están bajo mínimos.

El penúltimo trampantojo podemos verlo en el intento de comprar vacunas por la Comunidad de Madrid

Este espectáculo preelectoral nos está resultando agotador. En el escenario contemplamos cómo el sistema se ha transformado en un ‘bibloquismo estable’. Los partidos flirtean con los hiperliderazgos, anegados en la dicotomía de ganar, sobrevivir en su bloque, mientras intentan imponerse en conjunto al bloque contrario. Para completar la función teatral asistimos a una irreal disputa entre fascismo y comunismo por la hegemonía del tablero madrileño. Toda esa representación es muy preocupante en la medida que supone un coste de legitimidad institucional, tensiona la relación entre los aún movilizados, el incidente del pasado miércoles en Vallecas es revelador, y disuelve en un choque identitario de diseño lo que debería ser más relevante y necesario en unas elecciones autonómicas en tiempos de pandemia. Ahora bien, creo y deseo que estos trampantojos sean inservibles para construir política, para la convivencia, para el rigor y la seriedad, para las negociaciones de verdad, aquellas basadas en la palabra y el honor, en la credibilidad de los implicados. Me preocupa que nos acostumbremos y que no pasen factura electoralmente. Me resisto a creer, considérenme una idealista, que no se sancionen las mentiras. Por tanto, a pesar de nuestra desconfianza, de nuestro cansancio, no podemos ni debemos desentendernos del debate político y del compromiso como ciudadanos.

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