Por
  • Luisa Miñana

Ni ‘omertá’ ni espectáculo

Opinión
'Ni ‘omertá’ ni espectáculo'
Pixabay

No sé si el relato de Rocío Carrasco necesitaba de todo el artificio televisivo con el que se ha alzado entre las más inmediatas preocupaciones actuales y derramado sobre la sociedad como un sunami catártico. 

Posiblemente no. O al menos sería deseable que no lo necesitara. Es muy probable que el fuerte arraigo de la hija de Rocío Jurado y Pedro Carrasco en la transversal cultura popular, y la voracidad de los medios de comunicación hubieran producido el mismo efecto. En mi opinión hay asuntos que cuanto más alejados se mantengan del espectáculo televisivo mejor. Y desde luego el maltrato y la violencia de género es uno de ellos. Para no confundir. Para no confundir sobre todo a quienes lo sufren. "Si no hay piedad, no habrá literatura". Y para Rocío Carrasco, como para tantas mujeres, la piedad ha tardado demasiado.

Establecido esto, también pienso que, por encima del estudiado espectáculo televisivo está la constatación de la envergadura de las capas de silencio y a menudo banal ignorancia que persisten sobre el maltrato a las mujeres. Que el monumental iceberg sigue sumergido en su mayor parte, lo ha demostrado en estos días el demoledor aumento de llamadas al 016 y de consultas a través del correo electrónico del Ministerio de Igualdad, cifrados respectivamente en un 42% y casi un 400%, respecto a la semana anterior al comienzo de emisión de la serie de programas.

Hay que romper el silencio en el que siempre ha estado oculta la violencia que
sufren las mujeres; pero evitando convertir los malos tratos en un espectáculo
televisivo

La propia Rocío Carrasco daba pistas sobre una de las razones de la persistencia de este silencio social, tan denso y extendido, que ha hecho ancestralmente invisible el maltrato a las mujeres: a ella le habían enseñado que las cosas de casa se solucionan de puertas para adentro. La ley de la ‘omertá’. Así el silencio se extiende dentro de la casa y de puerta en puerta, construyendo gruesos muros entre vecinos que no escuchan o callan también. En esta soledad sorda no hay belleza ni espectáculo. Es casi más mortal que la muerte. Porque es bien sabido, desde los mismos tiempos de la creación del mundo, que lo que no se nombra no existe. Los medios de comunicación conocen mejor que nadie esta capacidad de dar el ser o de quitarlo a través de la palabra. Es verdad que los protagonistas de esa llamada con tan poco tino ‘prensa del corazón’ no ignoran el carácter sanguinario de la arena que pisan. Pero permítanme la duda sobre si eso, en este caso, justifica que dichos medios hayan dado cuartelillo y credibilidad durante años al mismo individuo a quien ahora califican sin tapujos como un presunto maltratador, y que lo hicieran a pesar de la nula defensa pública por la otra parte. Si se preguntaron por la razón de ese silencio, no lo hicieron con la agudeza e insistencias suficientes ni esperables de cualquier medio de comunicación creíble. El ruido también asfixia. La búsqueda del titular fácil y rentable a corto plazo está haciendo mucho daño. A todos los medios de comunicación. A la sociedad. A usted y a mí, que tampoco les cuestionamos la supeditación a la cuenta de resultados. En el caso del falso documental sobre la verdad de Rocío Carrasco, albergo dudas de que la intención de la cadena fuese en un principio centrar sus términos sobre el hecho del maltrato. En cualquier caso, no quedó otro remedio ante la inmediata calificación pública como tal por parte de algunas políticas y feministas.

Necesitamos mucha pedagogía y foros adecuados

La sociedad entera se ha escudado desde siempre en el silencio y ha hecho oídos sordos al maltrato y a la revictimización de tantas mujeres, acompañada muchas veces por la vergüenza o la impotencia, siempre por la humillación. Debemos ser conscientes de que ese silencio y todo lo que encierra es y ha sido un hecho colectivo, porque esa ‘omertá’ es uno de los pilares sobre los que se ha construido nuestro sistema patriarcal de valores, nuestro desarrollo económico, nuestra distribución social de tareas. El relato dolorosísimo de Rocío Carrasco («la hija de la más grande», qué paradoja) es paradigmático y muy valioso por sí mismo. Es preciso que las mujeres sigamos hablando. Es necesario seguir nombrando e identificando las formas de maltrato, reconociéndolas y ampliando los medios institucionales y también sociales para combatirlo. Necesitamos mucha pedagogía y foros adecuados para no tener que recurrir al espectáculo.

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