Villa y corte

Opinión
'Villa y Corte'
Krisis'21

En paralelo a la transición del feudalismo al Antiguo Régimen se produjo la conversión de las sedes reales en capitales de los nacientes reinos unificados. 

Solo lo que fuera tenido en cuenta en la cercanía del príncipe podría ser posible. Los círculos de influencia de los que se rodeaban los monarcas eran los núcleos de poder donde todo se decidía. En la medida en que uno se alejaba de dicho entorno, la importancia y la capacidad de influencia decaían hasta desaparecer.

A partir de la Revolución Francesa surgieron nuevos estados-nación, Estados Unidos, Alemania e Italia, que parecían estar organizados de forma diferente a los anteriores, España, Inglaterra, Francia y Austria. Durante el siglo XX, estas nuevas naciones tenían un marcado grado de descentralización. Nueva York, Fráncfort y Milán eran el contrapeso económico al poder político de Washington, Bonn-Berlín y Roma. Pero con la preponderancia de la economía financiera sobre la productiva desde los inicios del actual siglo, las fuerzas recentralizadoras son las claras vencedoras. En todos los países sin excepción, las decisiones quedan en muy pocas manos, sean de la naturaleza que sean, pero siempre en el entorno del poder.

Un efecto colateral de este fenómeno, negativo en mi opinión, es que los medios de comunicación están inmersos en esta misma dinámica. El volumen de información que emiten sobre lo que ocurre en las capitales es desproporcionadamente mayor que sobre lo que atañe a fuera de ellas.

Centrar la atención de todo el país en lo que ocurre en Madrid, como si el resto del territorio y de las gentes de España importasen poco, es una solución nefasta 

Cualquier persona que visita la ciudad de Nueva York ‘reconoce’ de inmediato muchas cosas de las que ve, ya que el mundo del entretenimiento tiene allí su gran escenario. Reconocemos de inmediato edificios, calles y lugares que hemos visto en infinidad de películas y series televisivas. Ahora nos está ocurriendo lo mismo con Madrid. Podemos nombrar avenidas y barrios que no sabemos ubicar en un mapa. Podemos nombrar políticos y dirigentes a los que nunca hemos visto u oído en persona. Recordamos hechos ocurridos allí hace más de veinte años, aunque hayamos olvidado lo que aquí sucedió hace unos meses. Los medios nacionales nos bombardean continuamente con información capitalina, hablando de Madrid como si todos viviéramos en esa ciudad. Hasta nos hemos inventado una nueva unidad de medida de áreas, el ‘bernabeu’ (esta parcela es como dos, tres… veces el Bernabeu).

Todos entendemos que lo que decide el Gobierno central tiene un efecto nacional. Pero pretender que de aquí se derive que su gobierno regional y su ayuntamiento deban estar en todas nuestras oraciones es excesivo. Nos hacemos un flaco favor si nos olvidamos de nosotros mismos y solo fijamos nuestra mirada en Madrid. Todos podemos exigir mucho a nuestros propios gobernantes. Son estos los que de verdad afectan a nuestras vidas. La sanidad, la educación, las infraestructuras y todo el resto de las transferencias del Estado se deciden y ejecutan en Zaragoza, Barcelona, Valencia, Santiago, Sevilla… y no en Sol, Alcobendas o Moratalaz.

Necesitamos alzar la vista y reflexionar sobre qué nación queremos ser

Madrid, y seguramente no por voluntad de los madrileños, está transformándose en un gran imán que todo lo atrae. Las grandes empresas tienen sus centros de poder en la Castellana, aunque allí no haya ni refinerías ni puertos ni otras instalaciones industriales. Mandamos a estudiar y trabajar a nuestros hijos allí, aunque los problemas de vivienda que encuentran sean enormes. Vemos las grandes luces que emite una ciudad tan vibrante, pero no queremos mirar las sombras que oscurecen el reverso de lo iluminado. La gran y dinámica urbe que pretende ser crisol de culturas se está convirtiendo en hoguera de vanidades. Y todos somos algo responsables.

Volver a los tiempos en los que la residencia real era villa y corte y ninguneaba al resto del país es una solución nefasta para una España tan necesitada de alzar la vista y reflexionar sobre qué nación queremos ser.

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