Placer culpable

Atípica misa de Domingo de Ramos en el Pilar y calles vacías en los alrededores.
'Placer culpable'
Guillermo Mestre

Finiquitado marzo no he podido evitar acordarme de lo vivido hace un año, cuando estábamos encerrados en casa y los periodistas echábamos nuestras 14 horitas diarias de trabajo para contar un hecho que nos vino grande a todos. 

Recuerdo que me alegraba ver desde mi casa de Madrid cómo el número de reproducción básico (el que marca el nivel de aumento o retroceso de la epidemia) de Aragón caía; o lo útil que me sentía escribiendo breves crónicas de análisis de datos de la covid-19 en mi cuenta de Facebook, centrado en lo que estaba pasando en Aragón, Zaragoza y Casetas. Quizá uno de los ejercicios que más orgulloso me han hecho sentir desde que me dedico a contar las cosas que pasan. Más difícil ha sido escribir todo este año columnas en las que pedir responsabilidad y contención intentando no aburrir al lector con el monotema pandémico. Un año de límites, sin duda, hasta para la columna, que dicen que es la parte literaria del periodismo, pero a mí las metáforas con los Consejos de Ministros o las ruedas de prensa para las restricciones me cuestan.

El 2020, y lo que nos queda por delante de 2021, han sido malos años para el hedonismo pero también para la imaginación, que es la primera frontera para sentirse a gusto y la delgada línea para escribir en un periódico. Yo, como todos, me he puesto caprichoso y a veces me ha temblado el dedo para contarles a ustedes las ganas que tuve de una Nochevieja con toda la familia en casa de mi tía Mariví; o de quedar con los amigos en cada visita a Zaragoza y echar unas cervezas con la resaca posterior como mayor y única preocupación sanitaria. Las opiniones, a veces, son como el chocolate: placer culpable; pero a mí en HERALDO me dan este espacio para mantener la línea, y faltaría más que fuese de otra forma.

Nos quedan meses aún lentos por delante. Ha sido un año de andar por el barro denso y no sé si saldremos mejores, aunque soy ligeramente optimista. Seguiremos siendo igual de infantiles y caprichosos, pero a pocos se nos olvidará que nuestra libertad y nuestra salud pueden ser frágiles; y la vida, inesperada. Y nuestros mayores, un bien preciado que no es frágil sino valioso. Que son ideas sin soflama pero que calan y a las que no estábamos tan acostumbrados e igual por eso no las hemos sabido detectar.

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