Por
  • Luisa Miñana

Gea & Theia

Opinión
'Gea & Theia'
Pixabay

Es verdad que sabemos tan poco sobre nosotros mismos como sobre cuanto nos rodea.

Hace unos días pudimos leer en medios especializados y prensa en general acerca de una nueva teoría, según la cual dos grandes estructuras hundidas en el manto terrestre serían en realidad restos del, entonces vecino, planeta Theia, que colisionó con nosotros hace 4.500 millones de años. Tras este abrazo apocalíptico surgió la Luna, y partes de Theia (en la mitología griega, madre de Selene y esposa del titán Hiperión) quedaron en el interior de Gea. Son enormes capas de roca, situadas respectivamente bajo el África Occidental y en las profundidades del Océano Pacífico, cuya existencia los geólogos conocen hace tiempo y que denominan grandes provincias de baja velocidad de corte, porque las ondas sísmicas disminuyen cuando las atraviesan.

En efecto, nadie es solo uno mismo (disculpen la auto-cita que alude a un poema propio llamado ‘Gestos’), ni siquiera la Tierra, fue la primera idea que me vino a la mente, tras leer esta nueva teoría sobre el origen alienígena de estos territorios ocultos de nuestra casa, que al parecer podrían no ser los únicos. La ciencia, en cualquiera de sus disciplinas, refuerza cada vez más, conforme avanza en conocimiento, la necesaria superación de antiguas propuestas de la ingeniería mecánica y la política burguesa y nacionalista. La ciencia, como el arte y la mitología, nos descubren una vida que aparece y crece desde lo fragmentario, en la fusión y la metamorfosis.

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