Por
  • Pedro Rújula

Kronos

Opinión
'Kronos'
Pixabay

Una de las mutaciones más espectaculares ocurridas durante nuestra vida en pandemia tiene que ver con la percepción del tiempo

El ritmo cotidiano de los días en una sociedad capitalista habituada al consumo y a estándares razonables de bienestar social resultaba hasta hace bien poco bastante previsible. Al ritmo traslacional de las estaciones se sumaban los ciclos del curso escolar, las vacaciones estivales para los trabajadores, y las festividades religiosas que pautaban nuestro calendario, a las que se sumaron, cada vez con más fuerza, las otras festividades, tanto las cívicas como las lúdicas. Todas estas formas de organizar el tiempo tenían un denominador común que era la previsibilidad. De un modo u otro, con reducidos márgenes de error, estábamos en condiciones de tomar en la mano un calendario y calcular, mirando hacia el futuro, cuáles eran las condiciones en las que podríamos proyectar una actividad o anticipar las circunstancias en las que nos encontraríamos pasadas unas semanas o al cabo de unos pocos meses.

La pandemia ha hecho que nuestra percepción del tiempo salte por los aires. Planear una actividad se torna un ejercicio muy arriesgado y nuestro horizonte de expectativas se ha reducido drásticamente. Hoy, más que nunca, el presente se hace más presente por la incapacidad que tenemos de aventurar con criterio cualquier escenario cierto proyectado en el futuro. Tal vez por eso vivamos una época en la que prosperan augures, conspiracionistas y apocalípticos.

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