Ese trecho infinito

Opinión
'Ese trecho infinito'
POL

Hay distancias difícilmente medibles. Son esas que cada quien lleva dentro de sí. Son difíciles de cuantificar y mucho más desde fuera, primero, porque no se ven. 

Segundo, si se ven, van cargadas de emociones. Y esas emociones, tercero, no son siempre fáciles de concienciar y describir. Así, cuanto más tiempo transcurre más complicado es identificar cómo surgieron, cuándo fue o porqué se alimentan hasta hacerse inconmensurables.

En cierto sentido, muestran el salto entre dos acontecimientos, entre un antes y un después, pero habitando un lugar íntimo. De ese modo, sin ocupar espacio físico ninguno, se separan rompiendo el particular trozo del mundo de quien o quienes lo viven. Algo que existía, se fragmenta como un jarrón de porcelana. O se desvía, desgarrando afectos que antes tejían vínculos de diversa índole. Y si no se frenan, crecen, se amplían sin saber qué rumbo tomarán, provocando siempre eso, distancia. Tampoco es trivial identificar dónde se guardan estos sentimientos, pues las más de las veces, se esconden incluso de uno mismo. Esta distancia es compañera del silencio, de las palabras que no se dicen, de las que se esperan, de las que se desean... Produciendo una dinámica perversa, pues cuanto menos se habla, más difícil es recomponer lo que se fragmentó o coser lo que se rasgó.

Verbalizar las emociones, ponerles nombre y expresarlas, contribuye a superar los sentimientos negativos y a salvar la distancia que a veces se abre entre las personas

Sin conversación es imposible salir del foso que excavan los sobreentendidos, los contratiempos y malentendidos. Pero no cualquier palabra sirve. Porque también es posible que, al aflorar lo que se quedó enquistado, sirva de una excusa más para recalcar el alejamiento y guardar esa distancia que separa irremediablemente. O se convierta en un exabrupto y, lo que es peor, en un ‘sincericidio’ irreversible. Sea como sea, no es posible usar una cinta métrica ni un cronómetro para medir ese trecho en ocasiones infinito, pero sí es necesario ponerle nombre. Y al nombrar comienza otra historia.

En ese instante, cuando las palabras identifican sentimientos, se abren las ventanas del mundo interior para ventilar emociones y cambiar de perspectiva. Entonces el escenario se transforma. El relato y los personajes –uno mismo con ellos– se reubican. Y la distancia aparentemente inabarcable –que antes pesaba toneladas, como lastre insoportable– se desdibuja. Al verbalizar las emociones es posible sincronizar la psique y el cuerpo, es posible ajustar los deseos a la realidad, la perspectiva personal con la ajena. Es posible descubrir esa distancia que no puedo medir, pero que sí puedo sentir, reescribir y releer.

Unamuno –en el prólogo a su obra ‘Tres novelas ejemplares y un prólogo’– utilizó la teoría de Oliver W. Holmes para responder a la pregunta "¿Qué es lo más íntimo, lo más creativo, lo más real de un hombre?". En un primer paso resumía respondiendo con tres opciones: "El que uno es, el que se cree ser y el que le cree otro". En un segundo peldaño proponía su propia respuesta: "Cuatro posiciones, que son: dos positivas: a) querer ser; b) querer no ser; y dos negativas: c) no querer ser; d) no querer no ser. Como se puede: creer que hay Dios; creer que no hay Dios; no creer que hay Dios, y no creer que no hay Dios. Y ni creer que no hay Dios es lo mismo que no creer que hay Dios, ni querer no ser es no querer ser". Un trabalenguas con mucha sustancia que sirve para conjugar la propia voluntad.

El silencio alimenta en ocasiones una dinámica perversa

La distancia emocional –intangible e irreductible a centímetros y minutos– modela la personalidad sembrando trincheras y fosos, pero también trabando amistades y amores. Cuando se toma conciencia de ello es posible preguntar si esa distancia nace de un ejercicio consciente del querer o del no querer. La voluntad no cambia el ritmo del Sol y de la Luna pero sí que ilumina la oscuridad, transformando los problemas en oportunidades. Si la voluntad se acompaña de unas dosis de cariño, de misericordia y de perdón, las distancias se borran por insalvables que parezcan. Entonces, sin palabras, con un abrazo se apagan la rabia, la ira o el orgullo ofendido. Al otro lado de una sombra, siempre está la luz.

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