El Instituto Aragonés del Arte y la Cultura Contemporáneos Pablo Serrano cumple su décimo aniversario con unas celebraciones de bajo perfil, que no incluyen ninguna exposición ni ningún ciclo de altura. Al mismo tiempo, se confirma que el cine de Tarazona echa el cierre. 

Son dos síntomas más del triste desfallecimiento cultural que sufren Zaragoza, Aragón y, en general, España después de un año de pandemia. El balance es de doce meses de semiapagón de espectáculos, conciertos, cines, librerías, galerías de arte, teatros, festivales o labor editorial. Se trata de un ecosistema atomizado y frágil que, sin embargo, proporciona el sustrato intelectual de la sociedad, además de generar calidad de vida, riqueza y atractivo turístico. 

La cultura está viva y sigue cautivando a los ciudadanos. Ahí están los fulgurantes éxitos de dos mujeres aragonesas, Irene Vallejo y Pilar Palomero, en los últimos meses. El ensayo ‘El infinito en un junco’ y la película ‘Las niñas’ son dos auténticos fenómenos creativos que han alcanzado un gran eco. Pero junto a estas manifestaciones de éxito artístico, la realidad de un año de covid es también la de un sector cultural duramente castigado por cuarentenas y confinamientos. La paradoja es que mientras el consumo de contenidos se ha disparado en internet, la cultura de contacto con la gente languidece a la espera de mejores tiempos.

Es obvio que la prioridad en una pandemia es salvar vidas. Después toca proteger la economía y, en ese sentido, la cultura también representa una significativa parte del PIB y da trabajo a miles de personas. Además, y sobre todo, la cultura es artífice de ese valor añadido que construye el relato de una sociedad. Por todo ello, también es obligación de las diferentes administraciones elaborar una estrategia consensuada con los distintos actores del sector para plantar cara a los gravísimos problemas que se arrastran.