Madrid y el resto

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'Madrid y el resto'
Chema Moya / Efe

El adelanto electoral de Madrid traza una España que no existe, que es la que escora para limpiar o embarrar las aspiraciones de los españoles. Ahora estamos metidos otra vez en esa campaña electoral que divide a la Comunidad en dos bandos por los que eres Marx o Thatcher. Una caricatura que los políticos alimentan hablando de un caos o de una libertad que en realidad, ni la una ni la otra. Madrid es una comunidad autónoma y un símbolo. Y de verdad que, como aragonés que vive en la capital de España, pido perdón por el exceso político y mediático que generamos desde esta ciudad amable y divertida, a la que se retrata como un cuadro de radicales que ni se siente ni se padece. A cambio de esa notoriedad, pagamos el precio de ser un laboratorio donde los políticos vienen a asaltar los cielos y, si la cosa sale mal, a asaltar el Congreso. El anuncio de Iglesias como candidato a presidir la Comunidad es un ejemplo. O la convocatoria de elecciones de Díaz Ayuso, que nunca le podrá agradecer lo suficiente a Ciudadanos el coitus interruptus de la moción murciana, teniendo en cuenta que sus acólitos llevaban meses pidiéndole que convocara elecciones para refutar en las urnas lo que debían decir algunos sondeos internos. El caso es que Madrid, que desde Aragón y tantas otras comunidades se ve con hartazgo por protagonismo insulso, sale perdiendo con esa notoriedad. Como la fama, está bien para un par de días y después se convierte en un auténtico coñazo.

Yo ya me he mentalizado para que Iglesias pinte una región donde los pobres se hacinan sin educación ni sanidad en los márgenes de la metrópoli; y para que Ayuso me diga que esto es un nido de oportunidades para trabajadores y empresas. Me acordaré de ellos las veces que he ido al médico de la pública y apenas he esperado 10 minutos; o pensando en amigos que sobreviven con contratos precarios en una ciudad de alquileres desbocados. Luego saldré a la calle a caminar por una realidad sin extremos en la que vivimos la mayoría, a pensar mi voto y en mis demandas que, como las de muchos, no son apocalípticas ni una historia de buenos y malos. Que Madrid sea un símbolo para la política española es un precedente peligroso si demandamos políticos sensatos con sus ideas y con el diagnóstico que hacen de los problemas.

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