Puentes
Vivir al otro lado del río da perspectiva. En mi vida habré cruzado cientos, miles de veces los puentes que conectan la margen izquierda y la derecha del Ebro en Zaragoza, en bici o a pie, dejando que el cierzo me enrede los pensamientos, dándole vueltas a una idea, repasando mentalmente la agenda y los planes pendientes, las obligaciones y los sueños. Es uno de mis momentos preferidos del día. Escucho las noticias en la radio, me fijo en las caras con las que me cruzo y juego a imaginar sus vidas, fotografío las nubes o el perfil de la ciudad. Hago una lista de algunos de mis puentes preferidos (por distintos motivos, su belleza, su historia, mis historias): el puente de Piedra de Zaragoza, con sus atardeceres mágicos; el puente colgante de Jánovas sobre el río Ara, maravilla de ingeniería y paisaje; el puente 25 de Abril de Lisboa; el Pont Neuf de Toulouse; el puente de Brooklyn; los puentes de Madison; el puente sobre el Alhama en Cervera para cruzar a las piscinas.
Hay personas que son puentes, que ayudan a entendernos y comunicarnos, a mirar con perspectiva, a quitarnos prejuicios, a ponernos en el lugar del otro, a deshacer los nudos, a convivir, a crecer. Son difíciles de encontrar pero están. Son admirables. En estos tiempos de ruido, de políticos que se creen personajes de una serie de Netflix, demagogos e irresponsables, tiempos de blancos y negros, de buenos y malos, de héroes y villanos, de drama sanitario, social y económico, en estos tiempos, digo, echo de menos a ingenieros y poetas capaces de tender puentes.