Feminismo vivo

Opinión
'Feminismo vivo'
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El día 8 de marzo, yo solía felicitar a las mujeres trabajadoras de mi entorno, inmersas en un contexto laboral y familiar que solo en tiempos bastante recientes empezó a dejar de ponérselo más difícil que a los hombres. Basta con ver cómo cría a su progenie la mayor parte de mi generación, e incluso de la siguiente, para comprobar que la igualdad aún queda lejos. Por eso, mi felicitación siempre era bien acogida.

En cambio, este año me he abstenido. Temía cómo se interpretaría el gesto. Para empezar, hoy no son tan excepcionales las mujeres que rechazan el feminismo, adoptando, incluso, la doctrina libertaria, enemiga de las políticas igualitarias. Y en cuanto a las personas que lo apoyan, parece que estén muy enfrentadas, como se aprecia, por ejemplo, en el actual debate sobre la regulación de la identidad de género. De modo que la felicitación de antes, según quien la reciba hoy, puede acabar convertida en radical provocación morada, en galantería machista, o en sexismo binario, propio de una era en vías de extinción en la que, una de tres, o se es hombre, o mujer, o una mezcla de ambas condiciones.

Ahora bien, pensándolo mejor, creo que el día 8 tenía que haber mantenido el hábito de felicitar y, de ese modo, mostrar, gustara, o no, mi empatía con el feminismo, ese movimiento político y social que, justo cuando empezaba a disponer de un consenso inane y a ser sinecura de oportunistas, se está revelando como una causa viva, plural y cargada de razón, algo que hay que agradecer también a quienes, desde fuera y desde dentro, señalan sus excesos y contradicciones.

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