Por
  • Manuel Pizarro

Adiós a un hermano

El compositor turolense Antón García Abril
El compositor turolense Antón García Abril
Guillermo Mestre

Con la desaparición de Antón García Abril decimos adiós a un gran aragonés, a una de esas geniales individualidades que da de vez en cuando nuestra tierra tan fértil en creadores.

Ya se ha glosado en estas páginas de HERALDO su fecunda labor como compositor y como catedrático, con una producción de más de mil obras y una pléyade de discípulos que tuvieron la fortuna de tenerle como maestro. También se han descrito sus míticas creaciones, que están en la memoria de todos, desde su música para cine y televisión al ‘Himno de Aragón’, o esas ‘Divinas palabras’ con las que se reabrió el Teatro Real.

Pero si en algo quiero hacer hincapié en su despedida es en su profundo amor a Aragón y a Teruel. Me unía con Antón nuestro común origen turolense y compartir la condición de hijos predilectos de Teruel. Él desde 1983 y yo dos décadas después. Era pues un ‘hermano mayor’. A su lado disfruté de su afabilidad y de su genio creativo, y compartí la alegría por sus éxitos.

Desde hace treinta años nos veíamos cada mes en la peña Túrbula de turolenses en Madrid, una cita muy querida por todos. Rememoraba algunas veces su infancia, un tiempo de frío y privaciones, pero superado por el placer de la música. Decía Antón que había empezado como «musiquico» y que tocaba el clarinete en la banda de Teruel, gracias al impulso de su padre, gran amante de la música, una impronta popular que siempre conservó, aunque estuviera en la élite.

Entre los muchos reconocimientos que tuvo, quiero recordar su ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde hizo una ‘Defensa de la melodía’, toda una declaración de intenciones de la música como filosofía de vida: un lenguaje de comunicación entre las personas, que une a través de la emoción y la espiritualidad.

La proyectaba tanto en la sofisticación de algunas de sus composiciones como en la música para todos y más popular. Era de Teruel y componía desde su propia cultura, haciendo suya la tesis de que no hay universalidad sin raíces. Porque se sentía profundamente aragonés, estuviera donde estuviera. Aunque no pudo sacar adelante su empeño de que Aragón tuviera una orquesta sinfónica, veía con satisfacción la creciente autoestima de nuestro territorio y el sitio que ya tenía la música. El correspondió con varias creaciones, como el concierto ‘Mudéjar’, la sinfonía ‘Guadalaviar’ o el ‘Preludio de Mirambel’.

Mi querido y ya añorado Antón tuvo la fortuna de ser un genio comprendido y feliz, con una gran familia. Su mujer, Áurea, fallecida hace unos años, y sus hijos Antón, Áurea, Águeda y Adriana, muy presentes en sus obras y a los que desde aquí acompañamos en su tristeza. El orgullo por la gran huella que deja es el mejor consuelo.

Manuel Pizarro es presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España, y consejero del grupo HENNEO.

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