Por
  • J. L. Rodríguez García

Machia

Florencia.
Florencia.
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Hace más de veinte años caí en la tentación de rememorar la vida de Savonarola, el fraile que dominó sin astucia la Florencia medicea y a quien Maquiavelo considerara como "el mejor de los hombres de Dios: el más sabio y el más santo", como sueña Albiac en su estremecedora y reciente novela ‘Dormir con vuestros ojos’. No se trata de la biografía del florentino, que todo lo tuvo y todo lo perdió, amante empecinado, perseguido y torturado, exiliado, sino, más propiamente, de usar la sombra del canciller para meditar en la noche última, ya insufrible su dolor, sobre la vida y el destino –que son lo mismo-. ¿Qué le resta a esa sombra encorvada que ha tratado con reyes y pontífices, negociado armisticios y recorrido los suburbios oscuros de la Florencia inigualable? Nada, absolutamente nada, porque "sabe que está llegando el tiempo del definitivo olvido". Así, Albiac nos describe con una prosa bellísima enhebrando recuerdos en la noche última de quien escribiera el recetario político más recurrido de la Modernidad, la futilidad de los esfuerzos por encumbrarse y la superchería del poder. Al final, nada queda, tan sólo el dolor y la sonrisa helada al rememorar la vida, al sentir la muerte que siempre se afronta en soledad. Bárbera, la adolescente que le acompaña en esa noche de junio de 1527 se lo enseña: "Nadie acompaña a nadie. Nunca. En la muerte, aún menos. Este viaje es solo para solitarios". Acaso tan sólo resta el brillo de la infancia, cuando sus hermanos le llamaban Il Machia.

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