Un poquito de por favor

En el difícil equilibrio entre salud y economía que imponen las normas contra la covid, ganarse la confianza de los ciudadanos es fundamental.
En el difícil equilibrio entre salud y economía que imponen las normas contra la covid, ganarse la confianza de los ciudadanos es fundamental.
Krisis'21

Un poquito de por favor». Esta frase se hizo famosa porque la usaba como coletilla un actor de una serie televisiva. Además del ingenio de la construcción en sí misma, espero que los lingüistas perdonen la incorrección, tanto el significado como la forma de decirla expresaban con claridad una petición que, hoy en día, parece imposible de conseguir.

La frase es muy rica en matices. El primero que me viene a la mente es la amabilidad de la misma. Pedir por favor las cosas es una de las reglas básicas de la urbanidad. Pero no se pide en tono exigente. Solo se solicita un poco, un poquito, lo cual es una señal de humildad peticionaria. En la serie que la hizo famosa, la frase se decía para llamar a la calma y la tranquilidad en un momento de desasosiego colectivo. Es decir, se pedía empatía. Buena educación, pedir frente a exigir, hacer un llamamiento a ponernos en el lugar del otro. ¡Qué lejos suena todo esto en esta España de la pelea permanente!

Esta pandemia nos está provocando un enorme trastorno social. Claramente la salud de los ciudadanos está en peligro, y ello precisa de medidas de índole médico-sanitaria. Esto es obvio y nadie lo cuestiona. Cuando se critican las medidas, la gran mayoría de los reparos se centran en el cómo, mucho más que en el qué. Porque es en la aplicación, en la gestión, donde estamos fallando.

Desde el año pasado los cambios en normas, restricciones y todos los condicionantes han sido frecuentes. Los diferentes confinamientos y desconfinamientos no se hicieron por iniciativa de los ciudadanos. Fueron los gobernantes de todos los niveles los que los propusieron. La planificación de la vacunación y su implantación también. El aumento de la capacidad asistencial es otra acción de gobierno. La normativa sobre la presencialidad en la educación, en todos sus niveles, ha sido emitida por las autoridades educativas, incluyendo las de las propias instituciones de enseñanza. Pero todas estas decisiones han sido tomadas con demasiada arrogancia y soberbia por parte de los responsables. Aunque no se quiera reconocer, la pedagogía de este tipo de actuaciones, de tan elevado coste social, ha brillado por su ausencia. Sanitariamente estoy segura de que la gran mayoría de las medidas propuestas son correctas, pero el vaivén de las mismas, la pelea partidista entre los diversos gobernantes y la ineficacia de algunas, sobre las que nadie ha aceptado ninguna responsabilidad nos llevan a los ciudadanos a una situación de incredulidad que, unida al cansancio, está deviniendo en un peligroso hartazgo social.

La gestión de la pandemia sin amabilidad, la falta de empatía por todos los que fuera del sector sanitario están sufriendo un parón económico que puede arruinar sus vidas y la amenaza permanente de multas y sanciones son ingredientes perfectos para que nuestra convivencia salte por los aires. Luego nos extrañaremos de que los populismos de todo signo estén campando a sus anchas. No solo se puede pedir resignación a la ciudadanía.

La argumentación de que sin salud no hay economía tiene algo de verdad, pero no es toda la verdad. Sin bienestar, sin capacidad de mejora, sin luz al final del túnel, la vida que nos proponen no tendrá sentido para muchos y buscarán su propia vía. La prueba más clara es que miles, cientos de miles de personas de muchos países buscan una oportunidad fuera de su entorno porque allí no encuentran el sentido que todo ser humano necesita. Y cualquiera puede comprobar, solo con salir a la calle y fijarnos en manteros y otras personas en situación irregular, que todos ellos están perfectamente sanos. Las secuelas de su enfermedad es quedar relegados a ser ciudadanos de segunda, sin derechos y sin porvenir, porque su afección es la pobreza.

En cualquier organización se sabe que una de las principales causas de fracaso, individual y colectivo, es la falta de motivación. Y la motivación es la aceptación voluntaria de un esfuerzo para lograr un fin. Sin fin, no hay motivación. Solo me queda pedirles a todos los que tienen la responsabilidad de tomar estas duras decisiones que, por favor, «un poquito de por favor».

Ana Isabel Elduque es catedrática de Química Inorgánica de la Universidad de Zaragoza

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