Libertad maña

Vistas de Zaragoza desde la terraza del museo Pablo Serrano
'Libertad maña'
Guillermo Mestre

Volví a Zaragoza por un asunto personal no preocupante pero importante. Llevaba sin pisar tierra maña desde que me marché tras la Navidad. Es curioso cómo, en apenas un año, uno se acostumbra a no poder moverse libremente. Supongo que es por no frustrarme pero el caso es que desde hace meses no pongo entre mis planes el viajar a Zaragoza para ver a la familia o a los amigos; de la misma manera que desde hace tiempo cuando alguien me dice de quedar a tomar algo, siempre pienso que tendrá que ser un sitio con terraza y después calculo si en los próximos días no voy a ver a nadie sin mascarilla que pueda ser de riesgo. He reprogramado poco a poco mi vida en costumbres antes inimaginables y a veces me asusto de lo poco que me cuesta. Supongo que por eso es tan valioso sostener un régimen que respete ante todo las libertades, pues se flaquea pronto y sin espasmos a la invasión de las mismas. Al menos me tranquiliza pensar que lo hago por el bien común; pero no deja de asustarme mi propio beneplácito a la limitación de mis derechos.

Al menos Zaragoza me puso de nuevo los pies en el suelo y me devolvió a sensaciones y tranquilidades que uno solo experimenta cuando está en casa. Es cierto que en Madrid vivo de alquiler y que me he mudado tres veces en ocho años, pero a veces pienso si una hipoteca o un rincón estable fuera de Aragón me hará sentir algún día que estoy en casa. En lo que descubro eso, que está al baño María, sí disfruté de constataciones magníficas del hogar como es dejar el móvil cargando y olvidarte. Los que vivimos fuera sabemos lo que es tener siempre el teléfono cerca por si pasa algo en casa o no ponerlo en silencio total por las noches, penitencia mayor, esta última, si se tiene en cuenta el hábito de mi hermana para enviarme a las 7.30 de la mañana varios whatsapps con sus asuntos que a mí siento que me hacen vibrar toda la habitación e incluso las vigas del edificio. En ese momento la ahogaría con la almohada pero en realidad me gusta saber que esos mensajes están ahí. No sé. Las patrias son difusas y pueden ser menos libres; y las casas son infinitas y esclavas de las primeras; el hogar en cambio es indefinible: un móvil olvidado en un rincón que es una Constitución, una carta de libertades, lo que más se añora en todas las renuncias.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión