Opinión
'Cucarachas'
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El zoológico de Chicago ofrecía en San Valentín la posibilidad de otorgar a una cucaracha de Madagascar el nombre de un ser malquerido por la módica suma de 15 dólares. Esta práctica, que se ha venido celebrando en otros parques como el del Bronx desde hace una década, fue perfeccionada en San Antonio, Texas, cuyas colecciones de mamíferos, aves y reptiles se deleitarán a partir de este mes de marzo con los insectos o las ratas (previamente congeladas) apodadas como un ex, un político o cualquiera que los donantes desearan borrar del mapa. Cuanto más generosa fuera la donación, más detalles del oneroso banquete: un certificado, una fotografía o un vídeo del ansiado momento de la ingesta. Imagínese atesorar de por vida un archivo mp4 en el que un cocodrilo devora sin espera al alter ego de su antiguo jefe. La idea, aparentemente insulsa, parece aliviar los corazones de muchos estadounidenses que contribuyeron con cientos de miles de dólares en todo el país para que una infinidad de insectos hiciera las veces del primer novio de la escuela o del más indeseable de sus gobernantes. A quienes hemos padecido el trasiego neoyorquino, las cucarachas nos recuerdan episodios poco memorables: desde aquella que recorrió la mesa de la primera cita romántica en un apartamento, hasta esa otra que se desplomó sobre la oreja de una lectora embebida por sus pequeños placeres nocturnos. Bien están los inventos neoliberales para el sostenimiento de causas ecológicas. Pero no se dejen llevar por el odio. Cucarachas hay muchas.

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