Goya y la duquesa

La duquesa de Alba sufría una escoliosis que le hubiera impedido posar en la postura en la que aparecen las majas de Goya.
La duquesa de Alba sufría una escoliosis que le hubiera impedido posar en la postura en la que aparecen las majas de Goya.
POL

La llamaron María del Pilar Teresa Cayetana Manuela Margarita Leonor Sebastiana Bárbara Ana Joaquina Josefa Francisca de Paula Javiera de Asís de Borja y de Sales Andrea Abelina Sinforosa Benita Bernarda Petronila de Alcántara Dominga Micaela Rafaela Gabriela Venancia Antonia Fernanda Bibiana Vicenta Catalina. La niña, nacida en 1762, fue bautizada con el pretencioso boato de la altísima aristocracia. Luego fue XIII duquesa de Alba y, pintada por Goya -sobre cuyos amoríos tantas memeces se han escrito-, la conocemos hoy como Cayetana, aunque se llamaba María del Pilar.

En 1926, con esa misma aspiración a obtener un especial patrocinio de la mitad, o casi, de los santos de la corte celestial, otra niña, que también sería duquesa de Alba (la XVIII, muerta en 2014), fue inscrita como María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza. O sea, que el boato bautismal no se había mitigado en absoluto.

Que ambas mujeres fueran duquesas de Alba y conocidas como Cayetana ha hecho pensar a muchos que la segunda es descendiente de la otra, cuando no es así. Sucesora, sí; descendiente, no. Cuando la duquesa goyesca murió sin herederos directos, hubo que dar un gran salto atrás en la genealogía para encontrar sucesor. El título fue a manos de un sobrino bisnieto del XII duque. Del nuevo duque, el XIV, sí descienden los actuales titulares. Se llamó Carlos Fitz-James Stuart, cuyo apellido ha recuperado el actual duque, el XIX, mientras sus hermanos siguen llevando el apellido de su padre, Martínez de Irujo.

El padre de Cayetana, duque XVII, protagonizó en 1945 un gesto del que ya se habla poco. Mandó desenterrar los restos de la duquesa goyesca y hacerles una autopsia completa. Las fábulas sobre esta mujer incluían no solo los inverosímiles encuentros amorosos con Goya, sino la sospecha de haber sido envenenada por órdenes oscuras emanadas de la corte y, en particular, del entorno de la reina María Luisa, esposa de Carlos IV. Poco fundamento tenían esas habladurías y así lo establecieron, con una literatura forense prolija y saturada de tecnicismos, los tres médicos a quienes el duque hizo el encargo. En los restos de la duquesa (uno de cuyos pies faltaba, el izquierdo, estando el otro seccionado) no había ni rastro de ninguna clase de veneno, mineral, animal o vegetal. Y sí muestras claras de la causa de su deceso: tuberculosis.

El libro que publicaron los galenos se recrea en los detalles del hallazgo y posterior estudio. La duquesa de Goya había sufrido, uno años antes de morir, una «intensa pleuresía serofibrinosa», además de destrucción del riñón izquierdo. No les ofreció duda que la mujer hubiera muerto por meningoencefalitis tuberculosa.

Pero me inquieta la sospecha de si fue esa la causa principal de la autopsia, tan tardía, o más bien el duque trataba de deshacer algo que siempre habíase considerado un baldón insoportable para tan elevado linaje: que la duquesa hubiese posado, en descarado desnudo frontal, para el artista aragonés y en cuadro destinado al solaz del detestado y ennoblecido plebeyo José Godoy.

Hay linajes tan encopetados que se miden ventajosamente con el del rey, o lo pretenden. Cayetana de Alba nació un poco antes que don Juan Carlos, pero le sacó una gran ventaja en patronímicos. El futuro rey recibió los nombres de Juan Carlos Alfonso Víctor María, solamente cinco. Una nonada.

Mi impresión es que la intención del encargo de 1945 para examinar los restos de la duquesa de Goya fue, sobre todo, la de acabar con el mito de que la maja desnuda era la duquesa. Lo que pudo lograrse mediante la certificación ‘post mortem’ de ciertos males esqueléticos que hubieran impedido a la señora posar en esa actitud tan desenfadada que caracteriza a las dos figuras goyescas, cuyos hombros derechos requieren una posición casi vertical de los brazos de ese lado. El caso es que los huesos del cadáver ducal revelaban «una marcada escoliosis hacia el lado derecho de la región torácica y una curva opuesta, de compensación, en la región lumbar. Queda por ello inclinada la pelvis, levantada del lado derecho. En consecuencia similar, también está más alto el hombro derecho… Los cuerpos vertebrales están limpios en la región dorsal. Algo cubiertos de fibras leñosas en la región lumbosacra». Y así continúa el diagnóstico a partir del cual, es mi impresión, quedarían satisfechas las verdaderas intenciones de la casa ducal: doña Pilar no había podido servir como modelo para esas pinturas descocadas.

Pero la leyenda tiene sus propias reglas y se siguen transmitiendo, generación tras generación, las suposiciones novelescas sobre los increíbles amores del aragonés y la noble señora.

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