Por
  • Carmen Magallón

Las cartas

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'Las cartas'
Pixabay

Las cartas por correo están entre las cosas del pasado que no habríamos de perder. Hoy, cuando llegan sabes que te escribe alguna Administración pública o un banco. Son las cartas personales las que han ido decayendo, dejándonos huérfanos de esa forma sutil y literaria de acercamiento. Reconozco que los wasaps, mensajes de correo electrónico y demás vías de intercambio tecnológico son útiles y rapidísimas. Pero precisamente esta facilidad las convierte en una fuente de ruido constante. No importa que tengas las notificaciones silenciadas: sabes que los enlaces, fotos y mensajes están ahí aguardando, que quien los envía da por sentado que has tenido que verlos y se pregunta por qué no contestas y, lo peor, sabes que no puedes salirte de ese chat sin quedar en evidencia ante el grupo. Durante el confinamiento más duro, tal vez esta invasión compensó el cierre físico. Ahora, por mi parte, pienso en ponerle freno y recuperar las bondades de transmitir a las nuevas generaciones la magia de los procesos lentos y artesanales. Me alegra volver a escribir cartas, al menos alguna carta. Ha sido por una niña de ocho años, habitante de una ciudad alemana, por la que me animé a volver a la lentitud del sobre y el sello. Redescubrí así el placer del envío y la espera, la elección del papel, el tono y la música. La carta es algo más que vernos por la pantalla. Y a ella le encanta. Sentir que la pequeña Inés está iniciándose conmigo en el sabor de las palabras lentas es un verdadero lujo.

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