Moneva y sus circunstancias

Juan Moneva
Juan Moneva
Heraldo.es

Que Juan Moneva fue un hombre muy peculiar, incómodo para todos y tirando a atrabiliario lo hemos sabido desde siempre, y sus múltiples anécdotas se han transmitido entre zaragozanos de padres a hijos con indisimulada admiración, la que se siente hacia quien dijo en todo momento lo que le vino en gana: lo mismo al rector Calamita (cuando lo llamó "imbécil" por ir sin báculo o bastón), que al doctor Royo Villanova (cuando tras una pelea entre ambos le soltó el famoso "pega, pero no recetes"); lo mismo cuando en la guerra denunció ante las autoridades los asesinatos cometidos por la represión, que cuando tras leer los versos del poeta aragonés Miguel Agustín Príncipe (que fue Teniente Fiscal de la Audiencia de Madrid, aunque Moneva lo creyó juez) escribió sobre él que "atendidas todas sus obras literarias quiero suponerlo mejor juez que poeta"; igual cuando retiró el saludo a un convecino que le había recordado que no era aragonés de nacimiento, que cuando pronunció -como fervoroso aragonesista que era- aquella célebre frase de que su mayor deseo hubiera sido convertirse un día en carabinero en la frontera de Ariza, por la que sus enemigos lo tildarían de independentista aragonés. En realidad, todo se resumía en cuatro palabras que se repetían en Zaragoza: "Son cosas de Moneva".

Hace unos días estaba yo leyendo en el ‘Diccionario de catedráticos españoles de derecho (1847-1943)’ la voz sobre Juan Moneva y Puyol que firmó Jesús Bogarín Díaz. Es muy extensa y prolija, y en un determinado momento hace referencia a su cese como decano de la Facultad de Derecho por orden del rector en junio de 1936, tras un serio enfrentamiento con la Junta de Profesores, y a su suspensión de empleo y sueldo unos meses después, suspensión que duró muy poco tiempo pues la Junta Técnica del Estado, con sede en Burgos, ordenó en diciembre de ese año dejarla sin efecto. Ello no impidió, sin embargo, que en febrero de 1937 se le incoara expediente depurador con siete acusaciones, entre ellas la de ser enemigo del Ejército, la de simpatizar con los separatistas catalanes, la de haber hablado y escrito contra algunas autoridades de la Iglesia Católica o la de haber sido expulsado de la Academia de Bellas Artes de San Luis. Esta última llamó mi atención, porque las acusaciones que le hacían en el informe de depuración, de ser ciertas, eran muy graves, pues en él se le acusaba de que, puesto que "como académico tenía libertad para usar de la hermosa biblioteca de la Academia…, aprovechó para llevarse unos libros de gran valor, y en especial un precioso plano de Zaragoza del siglo XVI único ejemplar que existe. Este plano y libro han desaparecido y se sospecha los vendió sacándose muy buenas pesetas. Al darse cuenta los componentes de la Academia del proceder del Señor Moneva acordaron, en sesión extraordinaria, la expulsión del cargo de académico por considerarlo indigno de pertenecer a dicho Centro".

Aquello ya no eran "cosas de Moneva", aquello tenía otra dimensión. Pero como todo en el expediente depurador era escandalosamente parcial y decididamente falsas no pocas de sus acusaciones, decidí comprobarlo, así que acudí a las fuentes y leí las actas. En efecto, en sesión extraordinaria de 1 de marzo de 1935, la Junta de Gobierno de la Academia pidió la expulsión de Moneva, que se sometió a votación. De los 14 académicos asistentes (uno de ellos, el musicólogo Miguel Arnaudas, enfermo, envió un escrito) 13 se mostraron favorables a la propuesta de expulsión y uno votó en blanco, por lo que Moneva fue dado de baja de la Corporación. En el acta no se habla en absoluto de esos robos sino sólo de que "la conducta del señor Moneva… ha venido a perturbar la vida de trabajo de la Corporación". Pero, sin embargo, en la sesión ordinaria de 7 de abril de ese año se aprueba exigir a Moneva "ante los Tribunales de Justicia la devolución de los objetos y pago de pesetas que adeuda a la Academia"; y en la de 12 de mayo la Academia, "vista la contumacia del Sr. Moneva en no contestar a ninguno de los requerimientos que se le han hecho", designó procurador y abogado "para que procedan a presentar las demandas pertinentes" y reclamar de Moneva "todo cuanto adeuda a la Academia". Y me acordé entonces de que conservo un escrito de apremio dirigido a él -que me salió dentro de uno de sus libros- para que pague unas cantidades que debe al Ayuntamiento, advirtiéndole de que en caso de no satisfacerlas sería embargado. Frente a su leyenda de hombre intachable, descubrí un Moneva más humano, con sus miserias y defectos. Y, desde luego, no me sentí capaz de juzgarlo.

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