La misteriosa naturaleza

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'La misteriosa naturaleza'
H.A.

La naturaleza nos seduce, si bien siempre guarda parte de sus enigmas. De una forma u otra nos invita a asomarnos a ella para conocer alguna de sus claves. Supongamos que desvelamos una o varias; se nos abrirán otras. Es posible que no resultase tan atractiva si no estuviese adornada de ocultaciones. Acaso por eso siempre haya impregnado culturas y religiones. Jean-Jacques Rousseau ya alababa sus misterios; antes, Galileo barruntaba que el gran libro de la naturaleza revelaba símbolos matemáticos. Ahora mismo, a la vez que viaja por las redes sociales, miles de científicos quieren desvelar sus entresijos; insisten en buscar secretos para hacérnoslos comprensibles.

A menudo se nos presenta grande e inabarcable. Sin embargo nos queremos sentir dentro –pequeños y con limitada capacidad de entenderla bien–. Acudimos frecuentemente a su encuentro, siquiera con el pensamiento. La anhelamos más todavía en estos meses en los que el horizonte vital se nos ha limitado con confinamientos y peligros. Percibimos una imagen de sus ritmos, que encontramos o no según situación personal y lugar. Lo sentido por cada cual se podría calificar como una especie de artesanía, algo evocador de esas obras maestras que nos aportaron la literatura o tantos pintores desde antaño; o ahora pregonan los naturalistas y los documentales tipo BBC o National Geographic. El paisaje representado llega a provocar sentimientos; por eso reconforta emociones, o ayuda a crearlas si faltan.

Cada vez valoramos más la naturaleza, aunque no siempre actuamos en consecuencia

A veces, al percibir la naturaleza diversa intentamos revisar su cronología, acaso pensar en su futuro, que en cierta manera es el nuestro. Pero una vez abordada, siempre esconde algo para sí; quizás sus diversas metamorfosis. En estas no se incluirá aquello que avanzaba H. J. Pestalozzi de que se vengaría tarde o temprano de las tropelías que los hombres hacían en su contra. De esos usos se lamentaba también Miguel Delibes, cual si el habitante del siglo XXI fuera el último inquilino, sin importarle la negación de una parte de su libre futuro. Por eso, es preciso protegerla; hay que detener la destrucción de los ecosistemas, hacer sostenible la naturaleza para que englobe a las personas, dice el ‘IPBES’, un reciente informe de varias agencias de la ONU centrado en la diversidad biológica.

Nos incita a conocerla con las herramientas de la ciencia y también con la sensibilidad

Siempre plena de estética, amasada en el tiempo, lanza su luz para retarnos a entrar en sus enigmas, que cuesta interpretar de manera racional. Lo de ahora no es más que una coexistencia de lo que pasó y vendrá después. Sin embargo, la incapacidad para comprenderla del todo puede llevar a valorarla más; en otras ocasiones a ignorarla, aunque esto va con los individuos. La mirada siempre es compuesta porque cuentan mucho las experiencias previas, también los sentimientos y emociones del momento. Tanto que en más de una ocasión no logramos cerrar el círculo de las preguntas que nos hacemos ante ella. Lo que sí vamos abandonando progresivamente es el exclusivo sentido utilitario que antes le dábamos. Los actuales testigos visuales son eso: señales, acaso hitos, también algún aviso. Buñuel decía que el misterio es el elemento clave de toda obra de arte. ¡Hay tantos en el versátil museo de la biodiversidad mundial!

Pero sus misterios forman parte asimismo de su poderoso atractivo

Ahora mismo, hay quienes aseguran que el necesario cambio de época nos traerá una naturaleza diferente, que valoraremos lo que nos da o le quitamos: un entramado vivencial apenas buscado antes de la reciente emergencia sanitaria. Quizás hayamos aprendido que la necesitamos, que nos atrae esa misteriosa imagen compuesta: legado generacional, lugar de encuentro, a veces de huida de los males pandémicos, reconocimiento del propio yo, valoración del escenario de biodiversidad y, por qué no decirlo, despensa de vida. Pero que no nos subyugue la mirada complaciente. Su estado actual pronto será otro, construirá ritmos vitales distintos incrementados por la influencia desordenada del cambio climático; otra incógnita a resolver. No se trata de una profecía de los pertinaces ecologistas. Un reciente estudio de la Universidad de Cambridge concluye que un 23% de los hábitats naturales del mundo habrán desaparecido a finales de siglo. ¿Un misterio desvelado que debe llevarnos a alguna anticipación colectiva?

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