Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¿Regresan las ideologías?

Opinión
'Regresan las ideologías'
POL

El liberalismo se ha impuesto como el último paso de la evolución ideológica de la humanidad". Así lo proclamó, con eco mundial, Francis Fukuyama en su archicitado ensayo ‘El fin de la historia y el último hombre’ (1992) tras la caída del Muro de Berlín. El politólogo estadounidense confirmaba lo que ya habían adelantado Daniel Bell, en Estados Unidos, y Raymond Aron, en Francia: la evolución de las sociedades, tanto en Occidente como en Oriente, conducía a la desideologización. Aunque se mantendrían como esquemas de interpretación de la realidad, ya no había ideologías con capacidad de movilización de masas. A partir de ahí se impuso el relato neoliberal de Thatcher y Reagan. Sin embargo, el ultraliberalismo financiero saltó por los aires en 2008 y Occidente entró en una aguda recesión.

Esta concatenación de acontecimientos ha llevado a prestigiosos analistas (el Nobel norteamericano Joseph Stiglitz, el británico John Gray, el serbo-estadounidense Branko Milanovic o el español Antón Costas) a plantear que el capitalismo liberal está en quiebra porque su promesa de un aumento del nivel material de vida es insostenible. Las clases medias ya no serían útiles a los propósitos de las élites ni necesarias para el desarrollo de la economía global.

La primera mitad del siglo XX fue la de la explosión violenta de las ideologías.
La segunda fue la del "fin de las ideologías"

Los datos dicen que la humanidad se encuentra en su mejor momento. El psicólogo americano Steven Pinker ha demostrado con su libro ‘En defensa de la Ilustración’ (2018) que la vida, la salud, la prosperidad, la seguridad, el conocimiento y la felicidad han ido en aumento en todo el mundo. Sin embargo, economistas como el francés Piketty han confirmado también que las sociedades se fraccionan progresivamente en dos partes: por un lado, una minoría urbana, bien formada, con idiomas, cosmopolita, conectada y con buenos salarios; por otro lado, una mayoría de ciudadanos empobrecidos, con menos formación y menos habilidades digitales, con empleos en sectores en decadencia, amenazados por el paro o la precariedad. A esta escisión se suma que la sociedad global está inmersa en un profundo cambio, que la covid-19 acelera: digitalización, robotización, inteligencia artificial, computación cuántica, manipulación genética, cambio climático... Estas transformaciones no generarán más empleo y mejores salarios, como ocurrió en el siglo XX con la expansión de la economía industrial, sino todo lo contrario. Estamos ante lo que Keynes llamó ‘desempleo tecnológico’: cuando la velocidad con la que una nueva tecnología destruye empleos existentes es superior a la velocidad con la que crea otros nuevos.

De este modo, la principal credencial del capitalismo (mejorar el nivel de vida de la mayoría) está en entredicho. Las clases medias, que son las que han sostenido los sistemas democráticos con la promesa del ascensor social, dudan hoy de que sus hijos vayan a vivir mejor que ellas. Por eso cuestionan el capitalismo liberal, votan a candidatos protofascistas (desde Trump a Bolsonaro) y apoyan a partidos extremistas. Los populismos rentabilizan este descontento y alimentan las brechas élite/pueblo, cosmopolitismo/nacionalismo, viejos/jóvenes, costa/interior, hombre/mujer... (Martha Nussbaum).

Ahora, el aumento de
la precariedad laboral plantea un regreso de las ideologías  

En los años noventa se proclamó el final de las ideologías y ‘el fin de la historia’, pero tres décadas después la historia reanuda su marcha. La supuesta victoria del liberalismo sobre el autoritarismo se ha transformado en incertidumbre global y multiplicación de la vulnerabilidad individual.

Los cambios tecnológicos, climáticos y demográficos impulsan una vuelta a las ideologías que por ahora se ha manifestado en el auge de los populismos de derecha y de izquierda. No se percibe la capacidad de arrastrar a las masas o de movilizarlas como en el periodo de entreguerras del siglo pasado y los excesos violentos, como el asalto al Capitolio en Estados Unidos, son escasos y marginales. No obstante, el interrogante es cómo reaccionarán los sectores de la población expulsados de un mercado laboral cada vez más automatizado, los trabajadores víctimas de la exclusión, las clases medias sin expectativas, los jóvenes titulados pero sin empleo… ¿Respaldarán democracias liberales progresistas u optarán por el capitalismo autoritario tipo chino, que sí muestra capacidad para producir progreso social?

El debate ideológico vuelve al centro de la escena.

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