Por
  • Luisa Miñana

Troles, Truman, romanos y Shakespeare

Seguidores de Trump protestan en el Capitolio de Estados Unidos
'Troles, Truman, romanos y Shakespeare'
JIM LO SCALZO

El nefasto mundo de las emociones usado como argumento de autoridad" fue un preclaro tuit del escritor Agustín Fernández-Mallo, a propósito del asalto al Capitolio norteamericano por parte de seguidores de Donald Trump, quien les había arengado apelando a sentimientos básicos, que son los susceptibles de producir acciones extremas y que, por su simplicidad, se exponen a fácil y explosiva manipulación. Trump no es el primero ni será el último en conectar con millones de personas a través de algunas de las pasiones menos generosas y controlables del ser humano, ni tampoco en hacerlo utilizando mentiras o hechos tergiversados. Lo hemos visto, y no poco, a lo largo de la historia y en el presente, en el terreno de la ‘res publica’: en la política, en la publicidad o en los propios medios de comunicación. Evidentemente, el lenguaje o, mejor dicho, cómo lo utilizamos, tiene su parte de responsabilidad en ello. El poder de la palabra es tan magnífico como terrible, capaz de volver blanco lo negro (y viceversa) con un simple trampantojo mágico de la oratoria, como demostró Shakespeare en ‘Julio César’, en aquellas dos hipnóticas arengas de Antonio y Bruto, pronunciadas una tras otra ante la multitud para justificar y condenar, respectivamente y con argumentos igual de coherentes en sí, el magnicidio.

Las redes sociales son ahora la nueva herramienta para manipular los sentimientos, como hemos visto durante la presidencia de Trump

Hoy no hay un lugar donde emociones y palabras, muchas veces tramposas (tan alejadas de Shakespeare), reinen con más fuerza que en las redes sociales (si bien no todo en ellas es eso). Triunfan aquí como antaño lo hacían en los mentideros de las plazas. Aunque la semejanza es de concepto, en su intención perturbadora y en el mecanismo sociológico con que encienden la mecha, no en cuanto a las consecuencias del incendio, que en el caso de las redes sociales son por ahora imprevisibles e incalculables, dada la capacidad y velocidad expansiva de la difusión global de cualquier consigna a través de Internet. Podemos lanzar un mensaje, verdadero o falso, a la velocidad de la luz. Pero aún no sabemos cómo pararlo, sin apagar todo el tinglado.

Jordi Pérez Colomé tituló así un artículo en ‘El País’: ‘La victoria de los troles: de cómo Internet se ha convertido en la vida real’. Y en efecto, la apariencia de los asaltantes al Capitolio podía hacer creer que eran personajes invadiendo la realidad directamente desde un videojuego. Pero Internet siempre ha sido desde su comienzo vida real. La parte de ficción (quizás, mucha) que alimenta el ilimitado mentidero global de las redes, la hemos aportado nosotros, seres comunicantes y fantaseadores, confiados en la naturaleza no palpable de un escenario que llamamos virtual, pero que no lo es. En general, no hemos sabido calibrar que también travestidas de algoritmos las palabras, las imágenes o nuestras ficciones tienen consecuencias palpables en nuestras vidas. Aunque, algunos sí lo supieron muy pronto y llevan tiempo escribiendo guiones para todos nosotros. No es que Internet se haya convertido en vida real. Más bien la vida real, la política, la prensa, la publicidad, las relaciones sociales, incluso el amor, están sufriendo la perturbación de su ficcionalización. Recuerden, a modo de parábola, ‘El show de Truman’. Las fronteras se diluyen. Territorio inexplorado. Debemos pensar.

Debemos pensar, aunque el lado oscuro del ‘big data’ (también tiene un lado luminoso y esperanzador) nos envuelva cada vez más a través de las emociones menos inteligentes: mensaje/reacción es el mantra, el trol al que no deberíamos seguir, porque, parafraseando a Hannah Arendt, nos está vaciando de pensamiento. No podemos olvidar que la vida de cada individuo es lo que hacen de ella sus pensamientos (lo escribió el emperador Marco Aurelio).

No podemos dejar que nos
envuelvan con las emociones menos inteligentes

En los últimos días y tras el intento por parte de los trumpistas de violentar la vida democrática, las principales redes sociales han silenciado al mismísimo presidente de Estados Unidos, y Amazon ha apagado Parler, refugio de sus seguidores. No sé si estas respuestas son o no legales jurídicamente hablando. Me parecen proporcionadas, y solamente espero, por la supervivencia de todos nosotros, que sean un signo de que a los guionistas les queda todavía cierto nivel de coherencia y sobre todo de decencia moral.

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