Por
  • José Tudela Aranda

Democracia y Capitolio

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'Democracia y Capitolio'
Heraldo

Por unas horas, incluso por unos días, la covid ha sido desplazada de las portadas de los periódicos. Unas brutales e ¿inimaginables? imágenes del Capitolio de Washington ilustraban uno de los sucesos políticos más graves de los últimos años. Una turba instigada por el aún presidente Trump asaltaba el Parlamento de la democracia más antigua cuando se disponía a ratificar el resultado de las últimas elecciones presidenciales. Cinco personas murieron en el asalto, incluyendo un policía. Algunos pueden tener la tentación de reducir lo sucedido a la idiosincrasia cercana a la locura de un personaje como Donald Trump. Sería un error. Lo sucedido en Washington se inserta de lleno en la historia de la democracia y, lo que es más preocupante, conecta a la perfección con una deriva más contemporánea. Durante las dos últimas décadas ha tomado consistencia una versión de la democracia que hoy hay acuerdo en llamar ‘iliberal’ o ‘populista’ y que se enfrenta a la democracia constitucional o representativa. Tras aclarar que si es populista o iliberal no será democracia sino la forma de lavar la cara a un modelo autoritario, es necesario detenerse en describir esta forma política.

Hacerlo con precisión excede las posibilidades de estas líneas. Por ello, me voy a detener en el rasgo que estimo nuclear. Nuclear, porque todas las otras características, algunas muy significativas, derivan del mismo. Me refiero a la escisión entre la democracia como poder del pueblo y Estado de derecho. La democracia se reduce a un poder del pueblo que se representa en procesos electorales aparentemente libres y en la decisión por la mayoría. El poder del pueblo no tendría límites. Es decir, no los tendría quien encarna ese poder. Nada se puede oponer. Ni siquiera, por supuesto, la realidad. Esta también ha sido secuestrada. Desaparecen o disminuyen drásticamente los controles típicos de la democracia constitucional como el judicial, el parlamentario o la libertad de prensa; se restringen los derechos de la minoría; y se alimenta un discurso de odio que excluye a quien piensa de manera diferente, a quien no coincide con el credo populista. El inmenso poder que las redes sociales pueden otorgar a un líder adecuadamente adiestrado en las mismas facilita todo ello. Las reacciones a la cancelación de las cuentas del presidente Trump en Twitter o Facebook son la mejor muestra de ello.

Lo sucedido el 6 de enero nos afecta a todos. La democracia, sin adjetivos,
se encuentra en una situación difícil

No hay que engañarse ni olvidar. Lo sucedido en el Capitolio es un episodio más en la historia negra de la democracia. En su versión más reciente, quizás sea posible encontrar en la inteligente construcción de Chávez el antecedente más inmediato. Pero hay ejemplos más antiguos. Y también, demasiados, posteriores. Se dice que hay populismos de izquierda y de derecha. Es posible. En todo caso, unos y otros son profundamente reaccionarios y con una coincidencia en su raíz autoritaria. Si seguimos permitiendo el debilitamiento del Estado de derecho, estaremos facilitando su consolidación. Quienes hoy lo hacen, debieran aprender la lección. Y una apostilla necesaria en este país. Lo sucedido en Cataluña durante los meses de septiembre y octubre de 2017 fue similar a lo sucedido en Estados Unidos. La autoridad legítima utilizó el poder que como tal ejercía para subvertir el orden constitucional, imponiendo una presunta voluntad del pueblo que ella encarnaba y vulnerando los derechos más esenciales de la minoría parlamentaria y de la mayoría ciudadana. Por si alguien lo ha olvidado, también el Parlamento de Cataluña fue objeto de quebrantamiento. Desaparecieron los procedimientos y los derechos de los parlamentarios y su sede llegó a ser ocupada por cientos de alcaldes que vara en mano representaban con fidelidad la imagen del nuevo poder. El del pueblo frente a los representantes.

La democracia afronta retos desconocidos

Lo sucedido el 6 de enero nos afecta a todos. La democracia, sin adjetivos, se encuentra en una situación difícil. Afronta retos desconocidos y la tentación autoritaria con origen en populistas de aquí y de allí es poderosa. El 6 de enero tiene todos los ingredientes para ser punto de inflexión. Bien se reacciona y se recuperan los principios y valores más característicos de la democracia constitucional bien se intensifica la erosión desde el ejemplo americano. La democracia es exigente. No admite atajos. El poder debe aceptar sin matices que se encuentra sometido a los límites y controles que lo legitiman. Si no es así, no podrá alegar la legitimidad innata al sistema democrático.

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