Los Elío de Pamplona

Un 7 de julio, día de San Fermín, sin toros en las calles de Pamplona
'Los Elío de Pamplona'
Jesús Diges/Efe

En 1989, en ‘Literatura, amigo Thompson’, Miguel Sánchez Ostiz ya hablaba de ‘Tiempo de llorar’, de María Luisa Elío, y recordaba la frase con la que se abría el libro: "Y ahora me doy cuenta que regresar es irse", para referirse a la pérdida de la ciudad de su infancia: Pamplona. El libro de Elío cuenta cómo ésta viaja desde México a Pamplona 33 años después de dejar la ciudad camino del exilio, recorre los lugares de su infancia, visita a algunos familiares, va a Barañain, el pueblo de su padre, y se acerca hasta Elizondo para repetir la ruta que hizo con su madre y sus dos hermanas cuando tuvo que marcharse de España en julio de 1937. Tenía entonces 11 años. Todo el libro es de una enorme tristeza y melancolía y, como escribió Álvaro Mutis en su prólogo, "su lectura tiende a convertirse en una ronda inagotable de pena, sueño y dolor del exilio", porque Elío constata que el regreso es imposible: esa Pamplona ya no es la de su infancia y en ella ya no están ni sus padres, ni sus hermanas, ni las cosas que quiso.

Pero antes de la aparición del libro de Sánchez Ostiz, éste ya me había recomendado la lectura de ‘Tiempo de llorar’ en una de sus visitas a Zaragoza, en diciembre de 1988. Ávido en esos años por leerlo todo, encargué el libro rápidamente. Había que importarlo de México, donde Ediciones del Equilibrista lo había publicado aquel mismo 1988. Para que nos hagamos una idea de cómo eran por entonces las cosas, lo pedí a través de la librería Hesperia, de Luis Marquina, y tardó ¡dos meses! en llegar. Cuando lo leí, en febrero de 1989, hube de darle la razón al escritor navarro: el libro era conmovedor, una pequeña joya para guardar en el cofre de la mejor literatura.

Pero, ¿quién era en realidad Mª Luisa Elío? Sólo sabíamos por entonces que era la mujer a la que Gabriel García Márquez le había dedicado ‘Cien años de soledad’, lo que no era poca cosa. Había nacido en Pamplona en 1926 y desde que se exilió en México con su familia nunca regresó a su ciudad con excepción de aquella visita que hizo con su hijo en 1970 y de la que, a su vuelta, saldría ese ‘Tiempo de llorar’. En México se casó con el escritor y cineasta Jomi García Ascot, quien dirigiría ‘En el balcón vacío’, la legendaria película del exilio español dedicada "a los españoles muertos en el exilio", que coprotagonizaría la propia Elío y cuyo guion también escribió. Su presencia en la vida cultural de México se hizo habitual y fue amiga de Emilio Prados, de Juan Rulfo, de Carlos Fuentes… y también de otros escritores como Lezama Lima, Alejo Carpentier, García Márquez o Álvaro Mutis. Murió en México en julio de 2009, siete años después de que Turner reeditara en España su libro junto con su ‘Cuaderno de apuntes en carne viva’.

Pero, con todo, a mí lo que más me conmovió de ‘Tiempo de llorar’ fue la figura de Luis Elío, el padre de Mª Luisa. Luis Elío era juez, aristócrata y terrateniente, el dueño de todo el pueblo de Barañain. Era sin embargo un hombre de izquierdas, que regaló todas las casas del pueblo y buena parte de sus tierras a las gentes que vivían en ellas para dedicarse a la judicatura. Fue por ello considerado por los suyos un traidor a su clase, y la mañana del 19 de julio de 1936 unos carlistas fueron a detenerlo a su casa de la avenida de Roncesvalles y se lo llevaron. Elío fue reconocido en la comisaría de donde iba a salir para ser fusilado por un jefe tradicionalista, un buen hombre que lo sacó de allí y lo escondió. Protegido por éste, pasó los tres años de la guerra como un ‘topo’ -"encerrado en un cuarto poco mayor que un armario ropero", escribió Javier Eder- y desde su escondite escuchaba las descargas de los fusilamientos en la Vuelta del Castillo. Su familia lo creyó muerto, pero a finales de 1939 lo llevaron a la frontera y un ‘mugalari’ lo pasó a Francia. Elío, después de tres años encerrado en un tabuco, apenas podía caminar, y sin embargo tuvo que cruzar los Pirineos a pie. Pasó un tiempo en el campo de concentración de Gurs y por fin pudo reunirse con su familia. Mª Luisa Elío cuenta en su libro el reencuentro con su padre: "Cuando sonó el timbre ya lo estábamos abrazando… ¿Papá, pero qué te han hecho? Vestía un traje de pana de campesino navarro y unas botas de monte… Tratamos de quitarle las botas para hacerlo descansar. ¡Padre, tus pies!... No tenía ni una sola uña en los dedos, sus pies totalmente morados y deformes, su delgadez era extrema y no hablaba… Abundantes lágrimas le corrían por la cara". El bueno del juez Elío, el que repartió sus bienes entre los pobres, acabó de dependiente en un comercio de la capital mexicana. Allí murió en 1968.

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