Pocos años se estrenan, como este 2021, con tantas ganas de olvidar el anterior.
Pocos años se estrenan, como este 2021, con tantas ganas de olvidar el anterior
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Pocos años se estrenan, como este 2021, con tantas ganas de olvidar el anterior. 2020 ha sido un bisiesto, que cumple con el refrán: ‘bisiesto, siniestro’. Bisiesto que puso hambre y enfermedad en el cesto. Uno de esos para vender la hoja y quemar el resto. Tuvo tantos días difíciles de confinamiento que fue lo más parecido a un arresto. Aunque no solo. También dejó sitio a otras miradas optimistas e incluso motivos para soñar. Con cada bebé que nació, con cada pareja que formó un nuevo hogar, con cada persona que recuperó su salud, con cada momento de esperanza… 2020 nos mostró el inmenso misterio de la vida.

Cuando la pandemia pase y hagamos memoria, veremos que más allá de la frustración actual, de las muertes causadas y del dolor vivido, siempre hay un lugar para buenos momentos. Basta con cerrar los ojos y recordar el abrazo de quien más queremos. En cualquier caso, llegará esa ocasión donde encontraremos el resquicio para buscar el lado positivo. Porque pese a los pesares y pese a la más oscura de las oscuridades, es necesario buscar esa perspectiva. Además, basta con un punto de luz para iluminar el camino y el misterio de vivir.

Así se puede descubrir que cada día vivido es una conquista y una pérdida. Ahí en medio, imaginando la Eternidad, somos poca cosa. Una brizna. Una purna. Pero somos más cuando nos enfrentamos a nuestra condición vulnerable. Y para eso nos sirve poner nombre al paso del tiempo. Nos permite tomar conciencia de nuestra condición mortal y perecedera. A la vez, nos permite proyectar en el calendario nuestra capacidad para transformar el deseo y la realidad. En ese espacio imaginado, construido personal y socialmente, arranca 2021.

Empieza este año como el clásico ‘Taco del Corazón de Jesús’ dispuesto a que se pase cada hoja, una a una, día a día, viendo el mes, con su cita, su santoral. Sabemos que en cada página habrá una hora para la salida y la puesta del Sol, como también de la Luna. En ese fajo de hojas se avanza el futuro, tanto como se sedimenta el pasado. Pero el calendario solo es una representación. No es el tiempo. Solo se hace visible, accesible y derrotable. Porque, no olvidemos, el tiempo -como dice mi ‘maestro laudero’- no existe. Sólo se vive. Y se cuenta.

Este 2021 recién empezado está abierto a planes y proyectos, tantos como miedos e incertidumbre queramos combatir. Es un límite que terminará el próximo 31 de diciembre. Y en este contenedor de días caben incontables oportunidades y fracasos, sueños y pesadillas, triunfos y derrotas. De antemano, uno querría escribir el mejor guion con las mejores escenas, borrando el sufrimiento y haciendo un Edén de cada amanecer. Pero sabemos que tendremos que lidiar con las noches y los días, tal como vengan. Y vendrán con sus correspondiente sorpresas y errores, aciertos y resultados. Vendrán sin más, un día tras otro, cada uno con su afán, con su tarea para remontar las dificultades cuando toquen y disfrutar de los placeres cuando lleguen.

Después, con perspectiva, pondremos las cosas en su sitio. Y esa perspectiva estará tejida de olvidos y recuerdos. Pero siempre percibida en un ‘aquí y ahora’ que hemos de regar de belleza y bondad, para que mañana la cosecha tenga los mejores frutos. Sin embargo, la magia reside en aceptar cómo la Vida con mayúscula -que se encuentra en todas las criaturas- se multiplica al salir del ego y encontrarse con los demás. Al aceptar esa fuerza se abre el cerrojo del corazón y de la conciencia, de nada sirve vivir si sólo se ocupa uno de sí mismo.

Mientras se sigue respirando se está llamado a seguir soñando. Con cada bocanada de aire es posible hacer la vida mejor. Al respirar profundamente se descubre que sólo al amar se encuentra lo más gozoso de la vida y, como bien sabemos, "el amor se debe poner más en las obras que en las palabras". Por eso, la pregunta entonces es qué estoy dispuesto a hacer para que cada día de 2021 brille la luz. La respuesta la tiene cada quien en su corazón. No son imprescindibles grandes inversiones, ni montañas de dinero, ni de cachivaches ni tecnologías, porque el sentido, como el amor, ni tiene precio, ni se compra. Tampoco en Internet.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza

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