Cambio de época con menos riesgos

Ahora mismo, los riesgos ambientales no son percibidos en su razonable dimensión
Ahora mismo, los riesgos ambientales no son percibidos en su razonable dimensión
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Desde hace décadas mucha gente tiene la sensación de estar viviendo un permanente cambio de época. A la vez, observa que persisten sistemas de convivencia anclados en paradigmas muy antiguos. Se van a cumplir 35 años desde que Ulrich Beck publicó ‘La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad’. De la obra se extrae la idea de que el riesgo, siempre asociado a poblaciones vulnerables de por sí, iba a llegar pronto a las privilegiadas que se encaminaban hacia el llamado Estado de bienestar. El tiempo lo confirmó.

Solo hay que ver que cada vez más personas soportan el zigzagueante devenir económico, pero también vicisitudes sociales o peligros inherentes al medio ambiente. La crisis de 2008 incrementó la complejidad vivencial previa. Sacudió tanto a lo colectivo como a las iniciativas particulares; todo se vio alterado largo tiempo. En ese frágil escenario, llegó la pandemia y arrasó las renacidas esperanzas.

Albert Einstein nos avisó de que el mundo creado es proceso de nuestro pensamiento; difícilmente lo cambiaremos si no recapacitamos. Ahora mismo, los riesgos ambientales no son percibidos en su razonable dimensión, siendo que surgen en el contexto de las relaciones entre naturaleza y sociedad. Es más, la investigación científica corrobora que la eclosión del SARS CoV-2, de otros virus ya soportados y de los que llegarán ha sido empujada por los desastres de las múltiples actividades que la especie humana ha llevado a cabo en la naturaleza, libre y sujeta hasta hace un par de siglos a sus propios ritmos.

Hoy mismo, la vulnerabilidad aparece como la gran amenaza de la confiada sociedad del siglo XXI. Ya avisaban de ella las organizaciones sociales y ecológicas. Ahora se ha hecho visible por calamidades en las personas, con dimensiones diversas en escenarios diferentes, como por ejemplo las que lleva adheridas el cambio climático. Ante semejante panorama hay que reforzar el pensamiento colectivo y ético. Toda la sociedad debe posicionarse para que los siniestros queden un poco amortiguados, sabedora de que siempre dependen de magnitudes diversas y también están sujetos a incertidumbres; cada año surgirán eventos que colisionarán con la gobernanza mundial.

El cambio de época tantas veces mentado nos encorre ahora. Nos muestra toda una serie de inseguridades: es conveniente vacunarse o no, nos liberaremos de la pandemia antes de 2022, recuperaremos emociones perdidas, habrá trabajo para todos en condiciones dignas, seremos capaces de resolver el drama migratorio sin lastimar a los muy vulnerables... Pero también nos gustaría saber cuál será la estrategia que acabe con las diferencias de género, qué porvenir les espera a los jóvenes, si la tecnología resolverá todo lo malo, cómo las políticas públicas junto con el concurso privado reducirán las afecciones vitales de grupos sociales concretos, etc.

Dejamos atrás el año 2020, que nos recordó que el estado de bienestar universal era una entelequia a perseguir pero difícil de conseguir. Parece que empezamos este 2021 más conscientes de las dificultades que conlleva la simple existencia, máxime cuando somos cada día más personas. La divisoria del riesgo es algo más que una línea. Es un entramado mental, difícilmente ajustable a lo seguro. Pero ese estado o pensamiento no debe tomarse como trinchera sino que puede servir de puente si se construye como una prioridad global. Habrá que emplear este nuevo año para que los estragos se limiten y no alcancen siempre a los mismos.

El afamado escritor israelí Yuval Noah Harari, apoyado en sus ‘21 lecciones para el siglo XXI’, aventura que la covid-19 es solo un aviso de lo que vendrá, máxime si ‘el sapiens’ no aborda el entramado medioambiental. Propone, dada la capacidad de pensamiento de la especie, transiciones hacia la gestión de los riesgos, basadas en el conocimiento científico, por parte de quienes gobiernan y de la comprometida ciudadanía. Pero para ello hace falta una alianza permanente que conduzca a una acertada y sosegada evolución de época, menos riesgosa y más centrada en las personas. Sin duda, necesita el liderazgo de unas instituciones renovadas que transmitan confianza.

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