Lecturas improbables

Hay libros muy recomendables pero poco leídos; otros, ni siquiera se escribirán.
Hay libros muy recomendables pero poco leídos; otros, ni siquiera se escribirán.
HERALDO

Lecturas probables para quienes siguen a los autores literarios de la tierra son los libros recientes de los creadores de éxito: Irene Vallejo (favorita universal), Conget, Sánchez Vidal, Pisón... Hay, asimismo, lecturas más improbables -sugerencias para 2021- de escritores aragoneses que surcan aguas poco navegadas. Y también son improbables sus estilos o sus argumentos.

Enrique Pellejer

Para Libros Oncil, Enrique Pellejer ha impreso una obra en Polonia (ignoro si por eso no trae índice; pero todo en sus libros puede ser raro). Alguno de sus quince relatos tiene porte de novela corta. El primero, que no todo el mundo soportará, trata de Nadine, cuyo aliento con olor a manzana le hará ganarse vida y fortuna en el París dieciochesco como masticadora de comida para los viejos ricachos que no pueden hacerlo por sí propios. Pellejer, natural y vecino de Montalbán, escribe hace años bien tramadas e inquietantes ficciones de un género que alguien ayuno, como yo, de crítica literaria podría llamar realismo surrealista. Hace años que lo leo con cierto estremecimiento. Este libro sucede en Calanda, Zaragoza, Muniesa, Valencia y en sitios indefinidos. Hay en él gatos telépatas, granjas para gordos, cambios constitucionales que permiten solicitar la muerte por ahorcamiento, o comedores de gominolas que averiguan el color del alma de cada cual. Me pone siempre nervioso.

Pedro Ciria

Otro relato inesperable (para Doce Robles) es el de este profesor de historia contemporánea que resucita la Zaragoza donde fue asesinado el arzobispo cardenal Juan Soldevila por los coriáceos anarquistas Francisco Ascaso y Rafael Donato Torres Escartín (de Almudévar y Bailo, respectivamente). El segundo, desequilibrado tras varios episodios violentos, acabó en el manicomio de Reus y, luego, fusilado en 1939.

Las historias giran en torno a un eje: los amores homosexuales de dos distinguidos jóvenes, dirigentes futbolísticos -la rivalidad local se da entre el Iberia y el Real Stadium- y bien relacionados. Ello permite una copiosa descripción de escenarios por los que aparecen no solo los personajes esperables, sino Sanjurjo, Primo de Rivera o Alfonso XIII, en vísperas del golpe de Estado de 1923.

Juan Domínguez

También es de lectura improbable un centón de datos literarios acopiados durante años. Que si el saraqustí Avempace fue el inventor del zéjel; que si, en 1280, el judío y cabalista zaragozano Abraham ben Samuel Abulafia, tras vivir en Tudela, ir a Palestina y establecerse en Italia, se presentó en Roma con la pía intención de explicar al papa la verdad del judaísmo, antes de anunciar que en 1290 llegaría el Mesías anhelado; que si Miguel de Molinos, Baltasar Gracián y Francisco de Goya son los mayores pesimistas de la cultura occidental... La lectura es improbable, pues el libro está escrito, pero no publicado; y otro tanto pasa con una interesante historia de Heraldo de Aragón, que duerme en un cajón (informático) de su casa.

César Pérez Gracia

Según su ‘Capricho Lucientes’ (STI Ediciones), el escultor catalán Carlos Salas, que tanto y tan bueno hizo en Zaragoza, homenajea a Bernini en el Pilar en modo asombroso: como trasaltar de la Santa Capilla. esculpe la Asunción de María, que deja la tierra por los cielos ante la mirada extasiada y sorprendida de unos apóstoles entre los que -según la ficción- están Miguel Ángel (Buonarroti); el trágico griego Eurípides, con una «cabeza homérica de gran intensidad»; y, en fin, «un curioso personaje exento, de melena lacia, como tras darse un chapuzón en el Ebro o el Tíber», el más vulgar de los presentes, con aspecto «como de arriero de Carrara» y que pudo ser el cabecilla del motín de 1766 en Zaragoza, por carestía de la vida. El Zoquero (así llamado acaso porque tuviese que ver con zuecos), «trapero, quincallero, buhonero», pagó el pato: fue ejecutado, descuartizado y, en fin, su cabeza suelta del cuerpo se exhibió en la Puerta del Carmen, para advertencia general. Don Francisco -sigue el autor- lo retrataría luego como san Lamberto, en su famosa cúpula. Una truculencia goyesca bien inventada.

Dr. Sánchez Pérez-Castejón

Lectura muy improbable es el discurso del presidente Sánchez en el que diga: «Según todos los indicios, la cifra de españoles muertos por el virus de la covid es de treinta mil más de lo que venimos contándoles». Literatura de anticipación, porque tal discurso no es probable que se escriba.

La calle, no obstante, está al cabo de la ídem sobre la cuantía verdadera de esa mortandad: entre enero y el inicio de noviembre, murieron en España 66.852 personas más que en igual lapso de 2019. El Gobierno solo acepta que por el virus muriesen 39.345. Como diría Miguel Gila, «Señor Sánchez, aquí algo ha matado a alguien...».

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