Por
  • José Tudela Aranda

La cultura, ¿olvidada?

El sector cultural ha sufrido un duro impacto durante la crisis del coronavirus.
El sector cultural ha sufrido un duro impacto durante la crisis del coronavirus.
José Miguel Marco

Escribo este artículo desde la intuición y la mayoría de las veces no es la mejor idea. Pero desde casi el principio de estos aciagos meses he tenido la sensación de que hay un sector de nuestra vida en común que es ignorado o, al menos, al que se le presta menos atención. Me refiero a la cultura. Desde los grandes conciertos de música a la industria del cine; desde el teatro a los pequeños y grandes museos; desde las librerías a las editoriales que las nutren; desde el circo a las galerías de arte… Todos estos sectores sufren de manera acusada los daños de la pandemia. Sin embargo, mi percepción es que no tienen la visibilidad de otros damnificados. No se trata, por supuesto, de establecer ninguna competición. Pero creo que en un momento como el actual, resulta preciso llamar la atención sobre la cultura. En todo caso. Incluso si mi percepción es equivocada y las distintas administraciones han prestado a la misma más atención de la que soy conocedor.

Por supuesto, la primera parada debe realizarse en lo inmediato. Es decir, en los daños económicos, en las consecuencias de las heridas materiales sobre un sector que antes de la pandemia ya presentaba signos de debilidad. Las características de muchas de las actividades mencionadas han provocado que sean insostenibles, viéndose abocadas al cierre o a una disminución de actividad que puede ser el final en un plazo no muy largo. Urge pues un plan de impacto inmediato que disminuya daños.

Con todo, mi preocupación, y creo que la de muchos de los afectados, trasciende los daños meramente económicos. Por dos circunstancias. La primera de ellas es de naturaleza psicológica pero no por ello menos importante. Durante estos meses, todos y cada uno de nosotros nos hemos cansado de escuchar a renombrados científicos. Ha llegado la vacuna y todos alabamos como merece a la ciencia que la ha hecho posible. Nada hay de criticable en ello. Pero es de temer que suponga un nuevo factor de erosión de la cultura y de eso que denominamos humanidades, a las que demasiados se refieren con reconocido desdén. ¿Alguien se molesta en explicar a los jóvenes que sin esas humanidades el progreso científico pierde rumbo y que difícilmente hubiese sido posible sin el poso que nos han legado tantos y tantos músicos, escritores, filósofos, creadores…? No parece que sea así y es muy posible que se incremente la marginalidad de lo que no es sino condición esencial de nuestra vida en común.

Un segundo factor de preocupación que trasciende los daños inmediatos tiene que ver con el mundo con el que nos encontraremos el día en el que acabe esta pesadilla. Soy de los que piensa que la pandemia por sí misma no modificará esencialmente nada… pero que va resultar un catalizador extraordinario de cambios larvados desde hace tiempo. Hasta el extremo de que es muy posible que amanezcamos en un mundo sustancialmente diferente al del pasado 10 de marzo. Ese paisaje será un reto para todo. También para los sectores culturales, que deberán realizar un esfuerzo suplementario para adaptarse. Nada distinto, se puede alegar, a lo que sucederá con otros actores de la vida económica y social. Es cierto. Pero también lo es que su punto de partida es de mayor debilidad y, hay que recordarlo, que su trascendencia para el bien común es particularmente relevante. Una secuencia que debería impulsar la elaboración desde ya mismo de un libro blanco de la cultura en el tiempo postpandemia.

La cultura no es particularmente valiosa ni para los poderes públicos ni para, es preciso ser realista, demasiados ciudadanos. Nuestro país trata a sus creadores con un desdén inimaginable en otros Estados. El interés público por el patrimonio cultural es, cuando menos, mejorable. Los presupuestos de las más relevantes instituciones culturales, algunas de renombre universal, Museo del Prado, Biblioteca Nacional, Real Academia de la Lengua, son casi una broma de mal gusto. Por ello, el riesgo de que sus actores vuelvan a ser actores secundarios de posibles planes de recuperación es real. Un país que no respeta la cultura está abocado al fracaso. Una sociedad sin los necesarios fundamentos culturales será siempre una sociedad pobre. Debemos recordarlo para intentar que los daños de hoy pueden ser la oportunidad de mañana.

José Tudela Aranda es profesor de Derecho constitucional en la Universidad de Zaragoza

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